ADIÓS EN EL AEROPUERTO

Del fiel Duran al perdido Benach

Los políticos que despidieron al Papa en El Prat siguieron el protocolo, pero no ocultaron su ideología

Feliz 8 Ratzinger, en el aeropuerto, saluda a la gente junto al Rey.

Feliz 8 Ratzinger, en el aeropuerto, saluda a la gente junto al Rey.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
EL PRAT DE LLOBREGAT

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Alicia Sánchez-Camacho y Ernest Benach son la cara y la cruz de la despedida papal en el aeropuerto. La líder del PP catalán no cabe de la emoción mientras unas chicas se rompen la voz para que todos sepan que son las juventudes del Papa. Sonríe y reparte saludos; el hangar de Iberia se queda pequeño para cobijar su gozo. El presidente del Parlament entra con cara de tener un plan mejor -seguramente seguir el Getafe-Barça- y resopla hasta en tres ocasiones. Añadan a Josep Antoni Duran Lleida, líder de Unió, cuya atlética genuflexión ante Benedicto XVI demuestra tanto su buena forma física como su fidelidad a la Iglesia católica. A pesar del estricto protocolo, los políticos que despiden a Joseph Ratzinger supuran ideología y, a pesar de la solemnidad

del acto, optan por no disimular.

El presidente del Gobierno está tenso. Quizá sea por la pesadez del viaje de vuelta de Afganistán. O quién sabe si los diez minutos de charla con el sucesor del apóstol Pedro le han dejado el cerebro en almíbar. José Luis Rodríguez Zapatero toma asiento con una postura que no puede ser cómoda, con una rigidez que denota una cierta inconveniencia. A su lado, elpresidentJosé Montilla escucha el discurso del Papa con su habitual gesto de interpretación imposible. Está, pero nadie lo diría.

En el nuevo hangar de mantenimiento de Iberia hace frío. Ni los gritos de un millar de fieles logran caldear el ambiente y se hace inevitable pensar que todos esos religiosos deben de helarse con una simple sotana encima. El Rey sí rompe el protocolo; conoce a todo el mundo, lleve uniforme, alzacuellos o corbata, y pregunta con un movimiento de cabeza si le toca leer el discurso. Le toca, y agradece al Papa la visita antes de cederle el púlpito. Ratzinger, al que colocan un escalón de la gama Nicolas Sarkozy, habla en un castellano lineal, casi sin pausas entre palabras. Usa de nuevo el catalán, pero baja la voz y cuesta entenderle justo cuando se refiere a la nueva basílica de la Sagrada Família.

Invitación a rezar

Los fieles son gente de bien, pero también algo rencorosos. Cuando el Pontífice ya sobrevuela el Mediterráneo, un centenar de devotos afean a Zapatero el no haber participado en ninguno de los actos durante las 36 horas de presencia papal en España. Les sale una crítica de lo más irónica, una invitación que el presidente escucha y que solo él y su almohada saben si cumplirá.«Zapatero, reza con nosotros», le espetan a grito pelado.

El alcalde Jordi Hereu ha sido el más listo. Ha sacado el abrigo de invierno y está la mar de bien en su silla de la esquina. Duran Lleida destila calidez divina y podría ir en bañador. No así Benach: son las siete y el árbitro ha dado el saque inicial en el Coliseum Alfonso Pérez.