Mujeres en una cárcel de hombres

zentauroepp38569967 brians170523211300

zentauroepp38569967 brians170523211300 / ALBERT BERTRAN

ÀNGELS GALLARDO / BARCELONA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Luisa, de 49 años, que se presenta como “castellanoleonesa” de origen, se encuentra en la cuarta “campaña” –condena en lenguaje ‘taleguero’, traduce ella misma- que cumple en una prisión masculina, la de Brians 2, de Sant Esteve Sesrovires, en esta ocasión. Ha llegado a una de las salas de lectura de la cárcel acompañada por Nany, de 36 años, e Iara, de 28, transexuales las tres, para recibir la primera credencial institucional, oficial, que las identifica con el nombre femenino que desde niñas quisieron tener, pero no tuvieron: la tarjera sanitaria individual que la Conselleria de Salut, con intercesión de las de Treball y Justícia, les acaba de conceder.

Son personas en tránsito sexual: sienten que pertenecen al género femenino pero nacieron en cuerpos de hombre, circunstancia por la que han pasado sus vidas soportando las barreras sociales o los insultos que parte de la ciudadanía dedica a quienes ven distintos. Las tres han tomado, y toman, las imprescindibles hormonas que les confieren formas de mujer. Ninguna ha accedido al cambio de sexo quirúrgico. En sus documentos de identificación constan con nombre masculino. Por esa razón cumplen condena en una cárcel de hombres.

LA PRIMERA VICTORIA

Credencial sanitaria en mano, las tres muestran respeto a su primer carnet con nombre de mujer. “Esta es una de mis victorias”, dice Luisa. “Un logro”, se suma Nany, en su quinta condena carcelaria, que concluirá en el 2019. Iara, nacida en Belem do Pará (Brasil), donde ejerció como peluquera hasta que aterrizó en Barcelona en julio del 2015 -lleva 10 meses en prisión-, se emociona. “Tengo dos hermanos, allá en Brasil: un chico y una chica –relata, más en portugués que en castellano-. Mi madre apoyaba a mi hermana, mi padre a mi hermano y a mí, por ser una niña trans, nadie me apoyaba”.

Son las primeras transexuales que se han acogido a la prerrogativa que marcó la ley 11/2014, aprobada por el Parlament, desarrollada por el Servei Català de la Salut en abril del 2016 para que las personas en tránsito sexual puedan acreditarse sanitariamente con el “nombre sentido”, al margen del que conste en su DNI. Un documento sujeto a la exigencia de que quien intente adoptar un nombre de género distinto al registrado haya superado un cambio de sexo quirúrgico o permanezca en tratamiento hormonal durante un mínimo de dos años. Luisa y Nany tienen muy avanzada, así lo aseguran, la tramitación legal que les concederá un DNI con nombre femenino. Lo consiguen acreditando su hormonación.

ESCOGEN COMPAÑÍA

En esta prisión, Luisa, Iara y Nany reciben un trato respetuoso. Se tiene en cuenta que son mujeres. De ello se ocupa con extremo rigor Gemma Torres, directora de Brians 2, el centro penitencairio más grande de Catalunya. Jordi, educador de género –así se presenta- es el enlace de Torres con las celdas de cumplimiento y con los trabajadores y funcionarios que atienden la prisión. Su presencia es apreciada y casi imprescindible. “Intento que aquí dentro se cumpla la ley de igualdad que aprobó el Parlament –dice Jordi, con gran prudencia-. Hay que estar alerta para que no haya desigualdades, y hemos de vigilar el lenguaje, tanto el de los internos como el de los profesionales. Este es un ambiente machista, pero el lenguaje hay que cuidarlo”. “Ellas saben utilizar sus herramientas estratégicas y se han integrado evitando la confrontación”, explica Miguel Ángel Esteban, responsable de los servicios de rehabilitación en Justícia.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Los registros integrales\u00a0","text":"los hacen\u00a0funcionarios de sexo masculino o femenino, en funci\u00f3n de las partes a inspeccionar"}}

“Para que alguien conviva con ellas en sus celdas, han de estar de acuerdo las dos partes –explica la directora-. De lo contrario, están solas. Y aquí, las duchas están dentro de las celdas. Por eso se las ha trasladado a Brians 2”. “Cuando hacemos un registro integral –prosigue Torres-, el funcionario es hombre o mujer en función de si se trata de revisarlas de cintura para arriba o para abajo. Procuramos atender esos detalles”.

RESPETO MÚTUO

La vida en prisión transcurre por cauces de respeto mutuo, dicen las tres, cada una con sus matices. “Yo soy muy dulce, pero puedo pinchar como una rosa –describe Iara-. No permito que me traten mal, pero si me tratan bien, soy muy buena”. Aseguran que han tenido que esquivar a algún funcionario homófobo. “Yo me he ganado a los demás por ser como soy. Me he hecho respetar, aunque siempre está el típico tío que se confunde –se posiciona Luisa, fuerte de carácter-. Yo decido con quién estoy”. “Nos respetan porque nos hacemos respetar” interviene Nany, que está sola en una celda. “Estamos en un centro penitenciario de hombres”, recuerda.

No exponen quejas significativas. “Me gustaría tener pronto el tinte del pelo”, enumera Luisa. “Y tacones. Aquí no se pueden entrar tacones", prosigue. “Tenemos las cremas y las ceras para depilarnos que queremos –admiten-. Vamos a ser prudentes”. Iara alega como carga importante de su reclusión el aburrimiento. “Me aburro”, repite. “Son personas vulnerables, pero no indefensas”, puntualiza Jordi.

Nany y Luisa preferirían cumplir condena en una prisión de mujeres. Iara, no. “Yo creo que estoy mejor aquí –dice la joven brasileña-. Las mujeres son muy crueles con nosotras. Y a mí me gustan los hombres”. “Si, Dios no lo quiera, he de volver a entrar en la casa [siempre denominan así a la cárcel], ya será en una de mujeres, porque voy a tener mi nuevo DNI muy pronto”, advierte Nany. “Yo he reincidido tres veces desde el 97 y, cuando acabe esta campaña, espero no volver. Pero si me toca, también iré a una de mujeres”, concluye Luisa.