LA CONTRACRÓNICA
"¿Tengo que declarar de pie?"
11.438 días separan las dos citas de Jordi Pujol con la justicia. Pero entre aquel 3 de octubre de 1984, día en el que el entonces presidente de la Generalitat fue interrogado por el 'caso Banca Catalana', y la mañana que el exlíder de CiU vivió ayer parecen haber transcurrido mucho más que esos 31 años, tres meses y 24 días. Y no solo porque en aquella ocasión Pujol obtuviese la bula de recibir al juez en su residencia de 'president', la Casa dels Canonges, y ayer, en cambio, tuviese que desplazarse a la Ciutat de la Justícia de Barcelona como todo hijo de vecino. También, y sobre todo, porque de aquel halo de referente moral y ético que impregnaba su figura tan solo restan ahora mismo los añicos de un espejo roto.
Por eso el hombre que salió vencedor (políticamente hablando) de aquella querella contra su persona tuvo que jugar ayer al despiste con la prensa para intentar esquivar la foto más incómoda de su vida. Dos cordones de mossos tomaron posiciones con perfecta sincronía en cada uno de los dos accesos de la sede judicial para no dar pistas a los periodistas de por dónde aparecerían Pujol y su mujer, Marta Ferrusola. Y mientras el coche de los escoltas de la policía catalana se detenía en la entrada de la Gran Via, su abogado, Cristóbal Martell, caminaba en dirección al acceso opuesto, el de L'Hospitalet, para tratar de confundir a las cámaras.
Billetes de 500 'pujolets'
Pero picaresca hubo en ambos lados de las vallas de seguridad. Los propios funcionarios de justicia dieron la bienvenida al matrimonio con silbidos, gritos de «ladrones» y «chorizos» y una lluvia (fina) de billetes de «'pujolets'» -así bautizaron a unos fajos de 500 euros falsos con el rostro del 'expresident'- que soportaron solos. Porque ningún dirigente de CDC quiso acompañar ayer a los padres de Oriol Pujol, a quien sí flanquearon en abril del 2013 cuando fue a declarar por primera vez por el 'caso ITV'.
Increpados incluso dentro de la sede del tribunal, unos circunspectos Pujol y Ferrusola fueron conducidos hasta el ascensor que les llevó a la segunda planta, donde estaban citados por la jueza que les imputó. Casualidades de la justicia, en el primer piso esperaban a la misma hora los procesados por los disturbios tras el desalojo de la casa okupa de Can Vies. El ascensor no se detuvo, así que ni unos ni otros se vieron las caras durante la mañana.
El matrimonio esperó algo más de media hora en una sala anexa a la sala en la que Pujol y sus tres hijos, a diferencia de su esposa, rindieron cuentas. Una sala de espera en la que, según relataron fuentes judiciales, el austero protocolo al 'expresident' se ciñó a una jarra con agua. Nada que ver con aquel despacho oficial en el que prestó declaración en 1984. «¿Tengo que declarar de pie?», preguntó Pujol, según las mismas fuentes, al ver solo un micrófono. Los funcionarios le informaron de que esa no era la sala donde le interrogarían y que podría hacerlo sentado.
Mientras el patriarca explicaba su versión de la herencia, Ferrusola fue recibiendo a sus vástagos en la sala contigua. Al ser las caras menos conocidas del clan, Pere, Marta y Mireia pasaron desapercibidos a su llegada. La salida de sus padres fue algo más caótica y a los escoltas del 'expresident' tuvieron que sumarse varios agentes antidisturbios de los Mossos en medio, nuevamente, de gritos e improperios. Pero el matrimonio no pareció inmutarse.
Fue entonces cuando Pujol dirigió una brevísima frase a la prensa que recordó a su celebérrimo «'això no toca'»: «Lo que tenía que declarar lo he declarado ante la jueza. No diré nada más».
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