Al contrataque

Un asunto muy público

ERNEST FOLCH

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Pocas veces un derrumbe moral tiene una fecha tan concreta. La tarde bíblica del 25 de julio en la que se desplomó la figura de Jordi Pujol y en la que descubrimos que los padres son los reyes es ya un día señalado en nuestras vidas, incluso para los que se hacen los indiferentes o los enterados. Habrá un antes y un después, y no precisamente por la pretendida relación de este hecho con el proceso catalán, sino por cómo afecta semejante bomba a la percepción de nuestro pasado inmediato. Y es que lo más curioso del caso Pujol es que fue una explosión minuciosamente diseñada para modificar nuestro futuro pero en realidad se ha cargado nuestro pasado.

La normalización lingüística nos seguirá pareciendo igual de válida y exitosa independientemente del dinero que Florenci le dejó a su hijo, pero lo que se ha desintegrado es el cordón umbilical de moralidad que nos unía a nuestra propia historia reciente. No había ninguna necesidad de haber votado a Pujol, ni tan siquiera de coincidir ideológicamente con él, para aceptar que su obra política, equivocada o no, había tenido una base ética predicada a diario por él mismo y que su patética, confusa y cínica confesión se ha encargado de destruirla en una sola tarde. Pero lo fascinante de esta autodeflagración inducida por la consulta que se avecina es que no solo pone en cuarentena la figura de Pujol sino a la sociedad catalana en bloque de los años 80 y parte de los 90, de la que ya empezamos a tener noticias siniestras con efectos retardados cuando se destapó el caso Palau o en esta sentencia en firme condenatoria del expresidente del Barça Josep Lluís Núñez, tratada con curiosa sordina por una prensa local a la que le destapan siempre desde fuera las miserias de una sociedad que dice observar con lupa.

Oasis de statu quo

Lo que sucedió el 25 de julio no hablaba en realidad de Pujol ni era evidentemente ningún asunto privado como intentó sugerirnos sin ningún éxito el president Mas. No, aquel comunicado era un asunto muy público que nos interpelaba a todos y nos obligaba a preguntarnos qué sucedió en realidad en aquel oasis de statu quo en el que ni en la Generalitat ni en el Barça había oposición, y mucho menos periodismo, que lo fiscalizara. Y mientras ahora nos prometen regeneración por enésima vez, el Barça sigue avergonzando a sus socios cuando no es ni capaz de cambiar el nombre de un museo dedicado a un delincuente, Fèlix Millet lee este artículo cómodamente sentado en el sofá de su casa y se nos prometen, solo prometen, grandes investigaciones sobre la saga Pujol, que una vez más llegarán desde fuera.

Está muy bien que queramos saber dónde vamos, pero primero deberíamos intentar saber de dónde venimos y, por una vez, empezar a depurarnos. Y ahora sí, ahora cuando quieran empezamos a hablar del futuro.