La rueda

El vicio del autoservicio

Hoy se nos haría muy difícil tener un intermediario entre nosotros y los productos

Una empleada repone los productos en un supermercado de Barcelona

Una empleada repone los productos en un supermercado de Barcelona / periodico

JULI CAPELLA

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En 1916, hace justo cien años, se abrió en Menfis, Tennessee, el primer autoservicio del mundo. La ocurrencia fue de Clarence Saunders, un visionario que entendió que el proceso de venta era ineficiente y caro. Debías hacer cola y esperar con tu lista, delante de un mostrador, hasta que te despachaba un dependiente. En su flamante establecimiento Piggly Wiggly, tras pasar un torniquete, el cliente recorría libremente un laberinto cuidadosamente diseñado con más de 600 productos. Con la ayuda de una cesta prestada, iba recogiendo él mismo lo que se le antojaba. Al final se lo empaquetaban en bolsas y pagaba.

El éxito fue fulgurante. Al año siguiente presentó una detallada patente y en 1932 llegó a tener 2.600 franquicias. Pero una jugada especulativa de bolsa de Merrill Lynch (¿les suena?) lo dejó arruinado. Aun así, su sistema ya había triunfado, los consumidores se pirraban por pasearse por delante de los paquetes sabiendo el precio. Ahorraba personal y tiempo, aumentando el beneficio.

Como buen innovador empecinado, Saunders trató de ir más allá y, como suele acontecer, la pifió. Se emperró en hacer la primera tienda robotizada, Keedoozle ('key does all', la tecla lo hace todo), donde a través de una especie de pistola se señalaban los productos deseados y una cinta transportadora los llevaba directamente a caja. Algo así como una primitiva expendedora, el actual 'vending', pero se atascaba. La muerte le pilló en 1953 ideando otro ingenio, 'food electric', anticipando 30 años el código de barras.

Hoy se nos haría muy difícil tener un intermediario entre el producto y nosotros. Queremos verlo, toquetearlo, compararlo y meterlo o sacarlo del carro, que por cierto no se inventó hasta 1937. Servirse uno mismo no es una tarea ingrata, sino un placer, casi un vicio onanista. Porque, ya se sabe, si quieres buen servicio háztelo tu mismo.