La rueda

Taparse las vergüenzas

OLGA MERINO

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Echó a andar el viernes, y ya en el mismo estreno la dejaron en coma. Me refiero a la comisión parlamentaria «sobre el fraude, la evasión fiscal y las prácticas de corrupción política», que con ese ambicioso título la habían bautizado. Una especie de componenda entre convergentes y socialistas -en algunos casos, también con la abstención del PP- ha impedido que prosperara la comparecencia en el Parlament de personajes clave en los 'casos Palau, Pretòria, Adigsa' y 'Treball', escándalos de corrupción forjados durante la época dulce del oasis catalán, cuando no había crisis y el 3% era el perejil común de todas las salsas, esa hierba que crece espontánea en los márgenes de los caminos y no molesta en ningún guiso.

Dicho en otras palabras, el 'establisment' político persiste en la práctica de la 'omertá', en el pacto de silencio sobre las respectivas desnudeces; tú me tapas, yo te cubro. De modo que no aparecerán por el estrado ni Macià Alavedra ni Prenafeta; ni los saqueadores confesos del Palau de la Música, Millet Montull; ni el exalcalde de Santa Coloma Bartomeu Muñoz; ni el extesorero de CDC Daniel Osàcar. ¿Para qué? Lo ingenuo era esperar nada del paripé de cualquier comisión parlamentaria.

No quieren darse cuenta. El hartazgo de la ciudadanía con la corrupción ha llegado a tal extremo que los grandes partidos de la transición no recuperarán la credibilidad a menos que abracen la limpieza como principio estructural. El escenario pide a gritos lejía y jabón Lagarto, luz y taquígrafos. Porque el pasteleo político pervive en paralelo con otra realidad, la de la gente anónima que encadena días con la soga al cuello: el año pasado se produjeron, solo en la ciudad de Barcelona, 30 desahucios al día, y un tercio de los asalariados españoles son ya 'seiscientoseuristas'.

Y luego se extrañan de que el caldero electoral que viene cociéndose huela a pólvora y azufre.