Análisis

Solo querían jugar bien

Felices 8 Los jugadores del Bayern celebran con la afición la goleada al Oporto y el pase a las semifinales.

Felices 8 Los jugadores del Bayern celebran con la afición la goleada al Oporto y el pase a las semifinales.

MARTÍ PERARNAU

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El Bayern tuvo suerte: la gastroenteritis de Lahm fue benigna y no duró más de dos días, lo que permitió redondear la idea que Guardiola diseñó ante la epidemia de lesionados. Sin sus extremos diferenciales debía encontrar sustitutos para explotar la única debilidad que presentaban los portugueses: la pérdida de sus magníficos laterales por sanción. Así, a falta de los duelos Ribéry-Danilo y Robben-Alex Sandro, el entrenador del Oporto plantó a dos centrales en el lugar de los ausentes y Pep dio un giro sorprendente: Götze como extremo izquierdo, dejando hueco para las entradas de Bernat, y Lahm en la derecha, en lo que supone la enésima reinvención del capitán, dado a conocer como lateral izquierdo, consagrado como derecho, catapultado como mediocentro el año pasado, reformateado a interior de construcción en otoño y vestido de extremo derecho en la noche de autos. Götze y Lahm se clavaron en la línea de cal cual estacas y por ahí empezó el desgarro portugués.

Allá por septiembre, Xabi Alonso decía: «Me muero por jugar con Thiago». Su impacto ha sido explosivo. Hambriento y maduro, Thiago se comió al Oporto con un despliegue técnico que enloqueció al Allianz Arena, que le despidió con una ovación superlativa. Guardadas las espaldas por Alonso y Bernat, se movió como un príncipe. Posiblemente Thiago jugó los mejores minutos de su corta carrera, sabiéndose el centro del equipo, sintiéndose más valorado y valioso que nunca, mezclando el juego corto con el largo, olvidados los adornos, buscando la mejor salida para cada pelota.

Nada influyó más en la remontada del Bayern que la tranquilidad de espíritu. Aunque el club estaba agitado por la crisis médica y el pésimo resultado de la ida, y alguna vieja gloria mostraba dudas -si bien Beckenbauer se manifestó rotundo: «Tengo una fe absoluta en Guardiola»-, el vestuario estaba en calma. El entrenamiento del lunes fue plácido, Pep dedicó toda su rueda de prensa solo a detalles tácticos -«Es el juego, no los huevos», vino a decir- y el prepartido fue lo contrario al enfervorizado ambiente del año pasado, cuando la catástrofe ante el Real Madrid. Aprendida aquella lección, compusieron un escenario opuesto: solo se trataba de jugar bien. Nadie apeló a remontadas, orgullo o testosterona. Solo dijeron: queremos jugar bien. Tampoco la afición estaba como hace un año. El ambiente del Allianz era el de un partido más, con un punto de escepticismo, como esperando a ver qué rostro mostraría el equipo. Cuando arrancaron a jugar, y a jugar bien, la afición se entusiasmó. Nada ejemplifica mejor el objetivo de jugar bien como el tercer gol, al que se llegó tras una secuencia de 27 pases consecutivos -récord Champions del curso- durante minuto y medio en los que el Bayern mareó al Oporto para ajusticiarlo con los últimos cuatro movimientos, todos al primer toque, a cual más preciso.

La Liga del Barça B

A dos semanas de las semifinales, en el vestuario de Säbener Strasse hay más prudencia que euforia. La crisis de lesiones ha sido memorable: como mínimo seis jugadores han estado lesionados en todos y cada uno de los minutos de la temporada, lo que ha supuesto un récord negativo histórico en el fútbol europeo. Guardiola está feliz: por la cohesión de sus futbolistas durante tantos meses de adversidad y por el excelente juego ante el Oporto. Cuando le mencionas la Liga que está a punto de conquistar, no olvida la que ganó con el Barça B: «Fue la primera, fue una ilusión especial». Contando aquella, sumará seis ligas en siete intentos.