'Rosa, rosae, rosam'

La escritora Rosa Regàs.

La escritora Rosa Regàs. / periodico

JOAN BARRIL

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La vida no es otra cosa que la memoria. Andamos por el mundo, pero el olvido es una especie de muerte. De ahí la necesidad de conservar los recuerdos. Y para eso hay muchas maneras de conseguirlo. Hay quien se envanece en sus propias autobiografías. Pero los que nos dedicamos a eso de escribir preferimos buscar el aliento de una supuesta ficción. Solo entonces, en el magma de la ficción, nos sorprendemos de lo mucho que hemos llegado a vivir, porque ya todo se confunde. Las fotografías, los recuerdos en blanco y negro y las palabras de la energía.

Porque la edad no me ha quitado la energía. A menudo pienso de dónde viene esa fuerza interior que me ha dado tanto y que me ha puesto en los límites de la realidad. Por eso escribo. Porque escribiendo me escribo a mí misma y, por más tristes que sean los recuerdos, más me gusto. Al fin y al cabo he tenido la suerte de vivir en tiempos de cambio y de gran aceleración. Exilios, ciudades en penumbra, monjas despóticas, declinaciones de mi nombre en latín y, poco a poco, la aparición exultante del amor, la renacida juventud de un país que se resistía a ir al dictado, la búsqueda de la belleza y de la conversación como un elemento mágico que me redimía. Y mis hijos y ahora mis nietos, esas frutas jugosas del verano. Y los libros, con ese aroma de tinta fresca y añeja y ese tacto del papel que me permite imaginar lo que nunca estuvo escrito. He vivido en la intensidad y he imaginado en la inmensidad. Ellos creen que soy una muñeca de acero inoxidable, pero en el fondo de mi piel se conserva todavía el tacto de la porcelana.

Porque yo no sería sin ellos. Y ellos son mis adversarios: los ignorantes, los vanidosos, los que creen que el nombre de las personas puede borrarse frotando una de aquellas gomas de la niñez. Todavía me acuerdo de aquel ministro que me expulsó de la Biblioteca Nacional de malas maneras. No me acuerdo de él por la afrenta sino porque lo tengo entronizado en el museo de la mala educación y del “ordeno y mando”. Es difícil vivir en un país donde se permiten las sandeces más enormes pero a las mujeres se nos veta la más mínima opinión crítica. No es suficiente con decir que España es un país interesante, porque lo que de verdad importa no es la valoración sino la sumisión. Cuando alguien dice que España le interesa está admitiendo que podría no interesarle. Lo único que cuenta es afirmar que una es española y basta. Hay tierras sagradas que no admiten dudas. Así son ellos, los mayordomos de la hispanidad. Y yo no puedo estar a su servicio.

Pero sí que estoy dispuesta a ser la albacea de mi vida. Acabo de ganar el premio Biblioteca Breve, que no es precisamente breve ni exiguo. Una historia de amor cerrado para que cada cual la abra cuando lo necesite. Me emociona ser amada, aunque sea en la distancia del recuerdo. Me miro al espejo y veo mi cara surcada por arrugas de orfebrería. También yo, como dijo el poeta, he traído mi vida aquí, para contarla. Paso mis dedos por los lacrimales yertos, por las comisuras musicales de mi cuerpo, por la grandeza fértil de mis párpados y por la pizarra inacabada de mi frente. Soy la morrena glaciar de mi pasado y el torrente que sigue arrullando el futuro de este valle desértico. Me gusto. Y jamás necesitaré confesar que he vivido, porque solo se confiesan los pecados.