Rosa Novell: la luz en la oscuridad

SÍLVIA CÓPPULO

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Rosa Novell salió a escena. Más delgada, el cabello cortísimo, elegante, presumida como siempre, más humana que nunca, frágil y ciega. Volvió a subir a los escenarios en noviembre pasado representando 'L'última trobada', de Sándor Márai. La enfermedad había hecho estragos en su cuerpo. Su alma se había sublevado. Y ahora que había perdido la visión, desprendía una luz interior más blanca. Solo una gran actriz como ella podía conseguir que el público dejara de ver a la Rosa que luchaba contra un cáncer y creyera que era la vieja niñera Nini.

Consciente de la enfermedad, repetía cuando la premiaban, que nunca nadie la sacaría del teatro. Era una mujer de aquellas que llamamos luchadora incansable, que empujaba y se desgastaba en cada nuevo proyecto que hacía, también en la dirección. En el teatro se lo pasó muy bien. Y confesaba al final de sus días, que en silencio también había sufrido. 

En noviembre, en los premios Butaca, cuando le otorgaron el premio honorífico que lleva el nombre de otra gran dama que nos dejó demasiado temprano, Anna Lizaran, pudo sentir el calor del públic. Querer es lo más importante, decía. Después, la Acadèmia del Cinema Català la nombró Membre d'Honor. No pudo ser, pero supo que la admirábamos, que la queríamos.

Murió ayer por la tarde. Joven. Sesenta y un años. Personalmente, me produjo un fuerte impacto en 1990 protagonizando a una mujer que veía pasar su vida en una noche en 'Restauració' que para ella había escrito su amor, Eduardo Mendoza. Fue entonces cuando pensé que cuando alguien solo llena el escenario, nos hace sentir el vacío cuando baja el telón.