CLEOPATRA

De retorno a Roma

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Me gustaría ir a Roma. Ya sé que pueden pensar que es el peor destino que puedo desear, porque en Roma viví uno de los peores episodios de mi vida y porque, si no llega a ser por la cobra que salió del cesto de frutas y que me mordió, Roma habría sido la ciudad donde habría terminado mis días, esclava de Octavio, presa de las burlas del populacho y debiendo oler de cerca el hedor de los herreros y de sus orines.

Lo más bonito que me dijeron, cuando estuve con Julio César, era puta, y después de su muerte el griterío fue aún más malévolo. Decían que yo y Antonio pescábamos, bebíamos y malgastábamos las lámparas nocturnas en orgías. No diré que no, porque en parte es cierto, pero también lo es que llevar la frivolidad tan cerca del corazón fue un trabajo ingrato. 

Volvería a otra Roma. Primero iría en metro, debidamente disfrazada de turista (me he hecho la cirugía en la nariz) y con el cabello corto, a ver los decorados de la película de mi doble, una tal Taylor, que ofreció también al populacho una sesión doble de chismes. Después, rondaría por una urbe muy diferente de la que conocí, ahora con faraones de otra religión y donde los gatos no son dioses pero poco falta.

En una perfumería me compraría Un jardin sur le Nil, de Hermès, y después vagaría por los cafés de la ciudad y me tomaría uno de estos brebajes negros y afrodisiacos, no para dormir mientras Antonio está fuera sino para estar bien despierta, a ver qué cae. Por la noche, me refugiaría en un convento de monjas, que es una buena cueva para terminar mi historia.