ANÁLISIS
Retomar Mosul no acabará con el yihadismo
Eugenio García Gascón
Periodista
EUGENIO GARCÍA GASCÓN
La imagen ufana del presidente George Bush hijo que dio la vuelta al mundo proclamando la victoria de Estados Unidos y sus aliados tras la ocupación de Bagdad en el 2003 no se repetirá tras la caída de Mosul. La trágica experiencia de aquella guerra hace que los analistas americanos, neoconservadores o no, sean esta vez más prudentes, mientras que Barack Obama es perfectamente consciente de que la derrota del Estado Islámico no representará la capitulación automática del yihadismo.
De hecho, algunas experiencias, pero sobre todo la mencionada invasión del 2003, han enseñado a americanos y europeos que una posguerra puede ser más complicada y sangrienta que una guerra. Llevar la democracia a un país con su propia dinámica social y religiosa no es tan fácil como preparar una tacita de café instantáneo y removerlo con una cucharita para que quede listo para el consumo. La posguerra iraquí ha sido en particular terrible para la población del país, ha incidido negativamente en los procesos abiertos en otros países de la región, especialmente en Siria, y ha tenido ramificaciones en Europa y Estados Unidos.
Pero una victoria en Mosul no librará a Occidente de los atentados y de la afluencia de refugiados. Una vez abierta la caja de Pandora en Irak y Siria, el yihadismo ha adquirido una notable consistencia. Se ha convertido en una tendencia en boga que ha tenido una línea de partida -la invasión de Irak-, pero a la que todavía no se ve una línea de llegada. Naturalmente, Occidente puede aguantar las consecuencias del yihadismo puesto que suponen un incordio desagradable pero no amenazan el sistema.
CAÓTICA EXPLOSIÓN SECTARIA
La peor parte se la ha llevado el propio Irak y nada indica que vaya a producirse un cambio de dirección muy pronto. Una circunstancia reveladora, quizá más reveladora que ninguna otra, de la dirección que llevaba el país antes de la caída de Sadam Husein es que un elevado porcentaje de los nacimientos se producían dentro de matrimonios mixtos entre chiís y sunís. Esta tendencia ha sucumbido drásticamente con la caótica explosión sectaria y religiosa que tuvo lugar durante la posguerra. En Bagdad mismo el sectarismo causa decenas de muertos prácticamente todos los días.
Es precisamente este sectarismo caótico lo que debe gestionarse ahora en Irak y Siria y lo que va a tener que gestionarse en Mosul. Parece difícil que la estabilidad vaya a instaurarse rápidamente en Mosul y en toda la parte suní del país, la misma parte que, en gran medida, ha coqueteado con el Estado Islámico descontenta con los agravios que ha sufrido del Gobierno chií de Bagdad. Una vez se expulse al grueso del Estado Islámico de Mosul y de las demás áreas donde hoy todavía gobierna, ¿quién gobernará la región suní?, ¿cómo lo hará?, ¿qué relación mantendrá con los chiís? Estas son preguntas que no tienen respuesta fácil, pero los americanos deberían responderlas satisfactoriamente pues en caso contrario esta posguerra también será más difícil de gestionar que la guerra.
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