De Ramos a Anoeta

Lo mejor de la semana ha sido Sergio Ramos. Lo peor, como casi siempre, los árbitros

Sergio Ramos se lamenta durante el Sevilla-Real Madrid.

Sergio Ramos se lamenta durante el Sevilla-Real Madrid. / periodico

ANTONIO BIGATÁ

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Lo mejor de la semana ha sido Sergio Ramos. Lo peor, como casi siempre, los árbitros. Sergio encarna esta vez la fidelidad de una persona a quienes son verdaderamente los suyos. Es el niño que se dejó comprar pero que, una vez adulto, a la hora de la verdad (un partido de eliminatoria en campo del Sevilla) recuerda que quien pierde los orígenes pierde la identidad y le clava un gol de formidable testarazo al mercenario Keylor Navas, un chico que guarda la puerta del Real Madrid por el dinero que le pagan.

Sergio demostró que tiene un gran corazoncito y que es menos fiero de lo que le pintan. La prensa catalana debería rectificar todo lo que ha escrito anteriormente contra él. Porque Sergio (¿o le podemos llamar desde ahora Sergi?) recuerda a aquel león que en el circo romano reconoció entre los cristianos que debía morder al hombre que una vez, muchos años atrás, cuando él era sólo un cachorro, le quitó una espina muy dolorosa que se le había clavado en la garra. ¡Y no se lo comió, según mi viejo texto de Historia Sagrada! ¡Ramos tampoco tiró la pelota a córner! Deberían explicarlo bien en los colegios. Y cuando sea viejo y se continúe abriendo paso en Sevilla (y también en la nostra plaça Catalunya) entre los aplausos de la multitud, hasta los nietos de Florentino y de Villar (me refiero a los respectivos nietos por separado, no quiero insinuar que hayan hecho nada para tenerlos juntos) reconocerán que Sergio Ramos se limitó a cumplir decentemente con su conciencia y con su obligación.  

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GONZÁLEZ Y GONZÁLEZ

Pero si salimos del tema de la gente con conciencia y empezamos a referirnos al tema arbitral deberemos reiterar lo que, eso sí, siempre han sabido hasta los niños de teta en España: tenemos los peores colegiados del mundo. No hay que tirar de hemeroteca porque siempre sirve el último partido para demostrarlo. En campo de la Real Sociedad arbitró González y González, que como su nombre indica parecían dos señores diferentes, uno que iba a favor del Madrid (representado esta vez por los vascos, con Illarramendi de gran repartidor y de jefe de la cofradía protestante), y otro que iba en contra del Barça.

El González que iba con el Madrid no tuvo más remedio que pitar uno de los penaltis que le hicieron al Barça. Quizá temió una intervención fulminante del Tribunal Internacional de La Haya si aquella vez cerraba los ojos, y por un instante tuvo huevos. Pero hay una ley no escrita en el arbitraje español que dictamina que si se pita un penalti a favor del Barça a partir de ese momento hay que apartar a las criaturas porque pase lo que pase no le pitarán otro, y pase lo que pase el colegiado demostrará que no es probarcelonista a través de su forma de gestionar las tarjetas amarillas.

HEREDEROS DE LA TRANCA VASCA

Como esto no es un secreto lo conocían perfectamente los de la Real Sociedad, sus seis o siete jugadores y sus cuatro o cinco herederos de la tranca vasca. Pim, pam y fuego, mientras los dos González corrían de un lado a otro sacándoles tarjetas a los barcelonistas por perder supuestamente tiempo (eso le pasó a Messi, de quien todos sabemos que aprovecha siempre todos los segundos para intentar marcar un gol) o por no morir como toca cuando te matan en el área (cosa que le ocurrió a Neymar, sorprendido de continuar respirando después de lo que llegaron a hacerle).

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El problema reside en que esto no fue un capricho tendencioso y puntual de un árbitro en mala noche. Supuestos señores aparentemente bien testiculados, como Mateu Lahoz o Fernández Borbalán, han ido exactamente por la misma senda las últimas semanas. Les atenaza su falta de calidad o su miedo a ser confundidos con algún separatista o con algún admirador de ese mejor jugador del mundo que ha vuelto a quedar relegado por quien no es el mejor jugador del mundo. Pero, ¡ya está bien!. Quizá todo consista en que los grandes jugadores tengan bien claro que si fichan por el Barça les pasarán cosas así, para disuadirles. O que si ya están en el Barça, para que quieran marcharse.