Lo sólido es aburrido

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albert
Sáez

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Lo fácil, lo simpático, lo agradable, lo que da tráfico en la red es poner a parir el debate entre Mariano Rajoy Pedro Sánchez. Les ven como la caspa de la casta. No tienen la presunta frescura de lo nuevo. La realidad no es tan amena como una tertulia. Ni los gobernantes pueden ser tan charlatanes como los comentaristas. Rajoy y Sánchez no son muy diferentes a Hollande Sarkozy o Merkel y Gabriel. Claro que Beppe GrilloLe PenFarage e incluso Trump dan más juego y audiencia. Pero lo cierto es que, pese a transitar por un plató en blanco y negro con un presentador encorsetado, Sánchez y Rajoy hicieron un buen debate: rescate versus desigualdad, decencia frente a cinismo, unidad por el imperio de la ley frente a la utopía federalista y la Europa deudora frente a la Europa ahorradora. Los espectadores pudieron contrastar sus ideas, sus estilos y sus capacidades. Posiblemente salieron más satisfechos los incondicionales del socialista que los del presidente del Gobierno. Sánchez estuvo mejor en el cara a cara que subsumido en el pelotón contra SorayaRajoy se defendió con más rabia de lo que le defendió su vicepresidenta.

Soledad vacua

Y luego vinieron los monólogos de feria. En un ejercicio tan poco democrático como la ausencia de Rajoy en el debate de Antena-3, los gurús de la nueva política se negaron a debatir sobre el debate. A pesar de las encuestas y de los augurios, ni Rivera ni Iglesias han logrado en esta campaña superar la condición de comentaristas. Todas las ventajas y ninguno de los inconvenientes: prime time, máxima audiencia, teloneros de lujo, pero nadie que les rebata sus juegos de palabras ni les estropee los titulares prefabricados. Ni una gota del sudor que se dejó el socialista en los primeros minutos ni de la sangre que derramó Rajoy a propósito de la corrupción, de los sobres y de los mensajitos a Bárcenas.

Este cara a cara debería servir de acicate a los partidos que han gobernado hasta hoy en España. El silencio y la dejadez ante los grandes problemas no hacen otra cosa que deslucir la fuerza de las grandes tradiciones ideológicas a favor de la vacuidad posmoderna.