Editorial
Rajoy y el cupo vasco
El PNV ha jugado el papel de socio indispensable que el nacionalismo catalán ahora no puede ejercer
La negociación de los Presupuestos del Estado ha alumbrado una nueva alianza parlamentaria que, por la mínima, rozando el larguero, le basta al Gobierno en minoría que encabeza Mariano Rajoy para sacar adelante las cuentas del Estado en un momento de estruendosa tormenta política a cuenta de los escándalos de corrupción del PP. El pacto entre el PP, Ciudadanos (su socio preferencial), el PNV y Coalición Canaria permite a Rajoy sumar los 175 escaños con los que superar en el Congreso las enmiendas a la totalidad presentadas por PSOE, Unidos Podemos, ERC, PDEcat, Compromís, Nueva Canarias y EH-Bildu. Una vez más, Rajoy demuestra su capacidad de supervivencia en el Congreso. Si en la investidura lo aupó a la presidencia la abstención del PSOE, ahora han sido los cinco diputados del PNV los que han salvado los Presupuestos del presidente.
Para ello, los nacionalistas vascos han llevado a cabo un fenomenal ejercicio de 'peix al cove': han logrado un pacto que zanja la discusión sobre el cálculo del cupo entre los años 2007 y 2016 con el compromiso del Estado de devolver a Euskadi 1.400 millones. Además, el acuerdo establece que este año Euskadi abonará 956 millones a la Hacienda española, 540 millones menos que el año pasado.
Visto desde Catalunya, este acuerdo ofrece varias lecturas. Para empezar, el PNV ha jugado el papel de socio imprescindible que solía jugar el nacionalismo catalán y que ahora la deriva independentista hace imposible. Convendría tomar nota de las consecuencias que tiene dejar de hacer política. Por otro lado, es inevitable establecer odiosas comparaciones entre las ventajas del cupo vasco –de entrada, la bilateralidad– con el sistema de financiación autonómica de Catalunya. En unos presupuestos que, como dijo el ministro Cristóbal Montoro, no son ni los de los recortes ni los de la expansión, la parte que Euskadi deja de contribuir a Hacienda deberán cubrirla otros.
Y, finalmente, huelga decir que el acuerdo no ha sido recibido como un nuevo ejemplo de la avaricia insaciable de los nacionalistas. Nadie se rasgará las vestiduras hablando de la insolidaridad de Euskadi con el resto de España, un silencio clamoroso comparado con el ruido que suele rodear a cualquier negociación con Catalunya. La excepción vasca, por lo visto, no rompe España.
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