La crisis, España y Europa

¿Quién manda aquí?

Juncker lo ha dicho con claridad: o se reconoce el poder de la UE o el proyecto europeo va al desastre

ANTONIO FRANCO

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La semana pasada, el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, decidió regañar públicamente a los máximos dirigentes de España y Grecia. Por voluntad de Mariano Rajoy Alexis Tsipras, estos dos países de la UE iniciaron una guerra civil dialéctica dentro de Europa, la máxima confrontación que pueden permitirse quienes además de carecer de potencial bélico atraviesan situaciones económicas que les prohíben el uso de cualquier otra munición que no sean palabras malintencionadas, zancadillas y reproches, tanto en la política internacional como en la interior.

Esta confrontación verbal, iniciada por España, es paradójica. El miedo de Rajoy a que Syriza se apuntase en su negociación financiera con la UE algún tanto que validase la tesis central de Podemos (lo de que para salir de la crisis hay una política económica posible alternativa al austericidio), le empujó a jalear servilmente la intransigencia de la Alemania de Merkel en las conversaciones comunitarias con los helenos. La paradoja está en que, como país, España sería una gran beneficiada si la rebeldía social concretada en Grecia lograse un cambio de rumbo. Si llevase a la UE a primar de una vez las políticas de reactivación productiva y de lucha contra el desempleo (como por otra parte solicitan Francia e Italia) en vez de insistir en la ya fracasada de intentar ir aún más lejos en los recortes que generan desamparo social y nuevos parados. Se debe subrayar que esa misma actitud reactivadora es la que proponían en Bruselas Rajoy Guindos hasta que se percataron de que cualquier éxito de Syriza podría interpretarse en España como el éxito de lo que propone Podemos cara a las elecciones generales.

Ante el Rajoy que desbordó por la derecha la intransigencia alemana reclamando dureza contra la tesis reactivadora de Syriza, y el Tsipras que respondió denunciando que España quiere desestabilizar y empobrecer aún más a Grecia, Juncker optó por una postura aparentemente salomónica. Por una parte, reprochó al líder griego que tras las negociaciones de Bruselas no haya reconocido en su país que deberá incumplir varias de sus principales promesas electorales. Por otra, corrigió a Rajoy ante los españoles diciendo que, contra lo que afirman insistentemente él y la propaganda de la Moncloa, España no solo sigue en crisis sino que seguirá en ella hasta que no reduzca sensiblemente su desmesurado nivel de paro. «Estamos en medio de la crisis; esto no ha terminado», remachó.

La potestad de regañar de verdad

En el fondo, lo que ha hecho Juncker es, con guante de seda, recordar quién manda aquí, que es quien tiene la potestad de regañar de verdad. Y como quienes ostentan el poder a veces se sienten con la fuerza suficiente para decir realidades incómodas, Juncker dejó de ser estrictamente salomónico cuando reconoció también que los recortes que han impuesto por fuerza la austeridad se hicieron sin evaluar seriamente las repercusiones sociales que tendrían. Asimismo, declaró que partidos como Podemos a menudo «analizan la situación de forma realista», aunque se cubrió diciendo que luego sus propuestas pueden llegar a bloquear la trayectoria europea tal como la hemos conocido hasta ahora.

La clarificación sobre quién manda, quién tiene derecho a regañar públicamente, es pertinente. Muchos ciudadanos nos preguntamos sobre quién manda realmente aquí (y en ese 'aquí' pueden poner las palabras Europa, España o Catalunya), quién lleva las riendas (si es que hay alguien en la cabina), y hacia dónde vamos, y Juncker nos responde con bastante claridad: o reconocemos de corazón que el máximo poder debe ejercerse por mandato democrático desde la UE o aceptamos el desastre del proyecto europeo. Con todo, todavía debe convencernos por la vía de los hechos de que en la nueva etapa de la UE serán nuestros votos para el Parlamento Europeo los que decidirán efectivamente quién lleva los máximos galones, rompiéndose la inercia de que eso corresponde por defecto (sí, por un mal defecto) a quien gobierne Alemania y a los altos funcionarios del FMI y del Banco Central Europeo.

Para muchos españoles, ese recordatorio de que en el fondo no manden del todo los de aquí es un alivio. Por la corrupción y la inconsistencia democrática de las instituciones nacionales, la crisis política española es mucho más profunda que la del conjunto de Europa. Y ante el hecho de que quienes gobiernan España rehúyen dar explicaciones de lo hecho y mienten mucho sobre lo que piensan hacer, cuando Rajoy descalifica impropiamente al jefe de la oposición desde el Parlamento, y cuando su portavoz Rafael Hernando hace declaraciones televisadas sobre los responsables de otras fuerzas democráticas llamándoles «Naranjito» o «el de la coleta», es una garantía saber que el poder de verdad respecto de muchas cosas importantes está cada vez más fuera de su alcance.