La rueda

¡Que cierren la Rambla!

JULI CAPELLA

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Todo el mundo sabe que las manzanas caen del árbol, pero no por qué caen hasta que Newton lo explicó. Ahora, gracias al enésimo informe sobre la Rambla ya sabemos por qué esta calle no pita. Seguidamente vendrá la fase de crear una comisión que elaborará consejos que nunca se cumplirán. Y así seguirá la degradación de este monumental pedazo de espacio público. A los vecinos ya no nos pertenece, ciertamente la esquivamos, jamás compramos ni comemos ni bebemos en ella. Dios nos libre de pringar. Ese es el problema: que ya no tiene vida, solo negocio y vicio. Es una burda máquina de facturar en forma de paseo. Hemos seguido el nefasto camino del zoning, la separación de usos, matando la urbe, que es y será siempre mezcla. Pero el regidor de turno, desde su despacho, solo atiende a números, y su hogar siempre queda muy lejos de la Rambla. En su buena época, Maragall se escapaba de vez en cuando a vivir en los diferentes barrios, y así pudo comprender la dinámica de Ciutat Vella para poder mejorarla. Luego volvía a casa, pero algo quedaba. Si Trias pasease de incógnito este sábado a las dos de la madrugada por la Rambla, le daría un patatús. Ahora que los políticos ya saben lo que todos sabíamos desde hace 20 años, tampoco es previsible que arreglen nada, pues su objetivo es promocionar el monocultivo foráneo.

Uno de los sitios más simpáticos de la Rambla fue, durante muchos años, la joyería Bagués -hoy, cómo no, convertida en hotel-. Allí podías entrar a pesarte en una báscula que tenía marcadas las siluetas de los pies de tanto uso, al igual que los portales de las pensiones de putas de Rambla más abajo. Solo que pesarse aquí era gratis tras hacer una breve cola. El lugar se llamaba El Regulador. Eso es precisamente lo que hace falta en la Rambla, una regulación. O si no, que la cierren, como cantaba Sisa, y que hagan pagar entrada.