El patinazo de Puigdemont
Juancho Dumall
Ha trabajado en las áreas de Política, Opinión y en la edición del fin de semana.
JUANCHO DUMALL
Del terrorismo, como del cerdo, se aprovecha todo: el dolor de las víctimas, los éxitos policiales, la unidad de los partidos políticos, el arrojo de los jueces, la guerra sucia del Estado. Todo es susceptible de entrar en el túrmix del debate público cuando el análisis de la barbarie se hace desde una posición partidista. El 'president' de la Generalitat no se ha librado de una tentación generalmente atribuida al PP, al PSOE, al PNV y a Batasuna/Bildu.
Carles Puigdemont no tuvo su mejor día el lunes cuando mezcló la perseverancia de "tantas personas, algunas de ellas anónimas", en la lucha contra ETA con la del "pueblo de Catalunya" en pos de la independencia. Lo hizo en el 30º aniversario del atentado de Hipercor y en plena recta final del pulso soberanista para organizar el referéndum del 1 de octubre. Los guionistas del Palau se pasaron esta vez de frenada en sus furores épicos. La comparación estaba muy traída por los pelos y la ocasión no era la más adecuada, pues se vinculaba el dolor generalizado por la matanza de aquel 19 de junio de 1987 con un proceso político que divide prácticamente por la mitad a la sociedad catalana.
Los estrategas posconvergentes debían de contar con que las reacciones del Gobierno central y del PP serían tan airadas que se convertirían, de rebote, en un éxito del 'president'. Y algunos portavoces populares volvieron a exagerar, pero no tanto como para eclipsar el patinazo de Puigdemont.
Lo sorprendente es que nadie haya sacado punta al término de resistencia frente al terrorismo. Efectivamente, como dijo el 'president', muchas personas (empezando por miles de vascos) dieron testimonio de resistencia ante la lacra terrorista. Pero también lo dio el Estado, el mismo que ahora se siente desafiado por el soberanismo catalán.
MAQUINARIA IMPLACABLE
Hubo ruido de sables y sangrienta guerra sucia. Hubo excesos en comisarías y algunas leyes antiterroristas injustas. Pero lo cierto es que el Estado se comportó como una maquinaria implacable ante quienes reivindicaban con métodos violentos –algo que ni por asomo ocurre en Catalunya– el derecho de autoderminación.
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