LA RUEDA

La prudencia y la 'rauxa'

Lo peor de Barcelona no es el contrapeso, sino la parálisis, el no saber hacia dónde va

OLGA MERINO

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Husmeando por internet, tropecé esta semana con una entrevista a la escritora Maria Aurèlia Capmany en el setenta y pico, dentro del espacio Personatges que presentó Montserrat Roig en el circuito catalán de TVE. La Capmany, ya saben: feminista, polemista y fumadora de puros. Interesantes las reflexiones en torno a la ciudad por lo mucho de barcelonesa que tenía la entrevistada en su peculiar simbiosis de raíces menestrales -su padre era cestero de oficio-, espíritu burgués y alma inquieta. Barcelona es justamente esa mezcla.

La escritora mantenía una relación de amor odio con la capital catalana porque si bien es (¿era?) excelente para vivir, su principal virtud, que es la prudencia, la sacaba de quicio. Esa prudencia de no estirar más el brazo que la manga, del no fiarse, del menjar poc i pair bé. Decía la Capmany que cuando Barcelona arroja la precaución por la borda es capaz de hacer cosas extraordinarias. Los Juegos del 92 serían un ejemplo.

Lo malo, creo, no es tanto el vaivén entre cordura y rauxa, como esta parálisis, el desnorte de no saber hacia dónde vamos. Por eso hoy saldré a votar con una brújula que indique al menos cierta dirección. Hacia una ciudad cosmopolita, donde la cultura importe y no se mida por el ombligo y las capillitas, sino por la profundidad de reflexión. Quiero ilusión. Que el metro funcione y que haya residencias de ancianos que no cuesten 50.000 euros al año. Me importa un comino el escaparate de Chanel en paseo de Gràcia si en El Carmel sigue faltando un minibús. Quiero tomarme la cerveza y las aceitunas -el aperitivo, ¡esa costumbre tan barcelonesa!- sin que me echen de la terraza porque no pido la carta.

Como esto no ha hecho más que empezar, también iré con brújula a las autonómicas y a las de Rajoy, cuando las convoque. Porque la política, en el fondo, es lo que pasa a la vuelta de tu esquina.