La clave

¿Por qué nos matan?

ENRIC HERNÀNDEZ

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Podemos preguntárnoslo los occidentales, trabajemos en un rascacielos en Nueva York, viajemos en transporte público en Madrid o nos ganemos la vida como dibujantes en París. Se lo pueden preguntar también los niños de Gaza que han perdido a padres, hermanos y amigos en las sucesivas ofensivas militares israelís. O los habitantes de Jerusalén, siempre pendientes de los cohetes que llueven del cielo y de los ropajes ajenos listos para explotar. O los sirios e iraquís, sometidos indistintamente al yugo de Bashar el Asad o a la barbarie del Estado Islámico. ¿Por qué nos matan? ¿Qué hemos hecho para merecerlo?

Cuando del temor por la propia vida se trata, no hay respuestas unívocas ni preguntas inocuas. Desconfíen de quienes exhiban varitas mágicas frente a las amenazas; dicen conjurar un fantasma pero invocan otro aún más devastador: el odio al otro, la fobia al opuesto. El fascismo, luzca turbante, kipá o gorro militar, predique desde púlpitos, parlamentos o tertulias, se nutre de nuestro miedo a lo ajeno, al tiempo que lo alimenta. Y así logra que no nos preguntemos qué hemos hecho para granjearnos tanta animadversión, sino qué no hemos hecho para aplastar a quienes nos la profesan.

Descifrar, no justificar

Ningún dios, etnia o nación justifican el derramamiento de sangre inocente. Pero inquirir las motivaciones del asesino no comporta justificar su crueldad; solo tratar de descifrarla. Debemos identificar las causas por las que un musulmán nacido o educado en Europa se enrola en la yihad para disparar contra los valores de la Ilustración. Garantizar que la ciudadanía europea jamás sea incompatible con creencia alguna, ni ninguna creencia con nuestra convivencia. Desenmascarar y desarticular los mecanismos de radicalización y captación de jóvenes islamistas que financian esas 'petrodictaduras' con las que tantos negocios hacemos. Y, por último, restañar las heridas que el legado colonialista dejó en Oriente Próximo, fértil caldo de cultivo para la hidra fundamentalista.

La alternativa a todo ello ya la conocemos: las recetas xenófobas o el populismo de 'ley y orden', tan del gusto de los líderes europeos.