Al contrataque
Por qué dejo Twitter
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Todos tenemos un pasado, se decía antes. Ahora cabría decir: todos tenemos un tuit. Y es que hoy todo sucede en Twitter, incluso lo que no debería haber sucedido: así se explica la fulminante dimisión de Guillermo Zapata, el concejal de Cultura de Madrid que se encontró de bruces con su propio pasado en forma de un chiste ciertamente vergonzante, que sacado calculadamente de contexto, se convirtió en pura munición desesperada de la prensa ultra. El caso Zapata es el último ejemplo de una de las clásicas lapidaciones de la red social del pájaro azul, donde la turba de fanáticos, con o sin razón, se lanza al degüello de la última víctima, no solo para impartir justicia sino también para ganar 'followers'. En la taberna de Twitter, la sangre tiene premio en forma de retuits, es decir, de 'followers', es decir, de ego. Y es que los linchamientos se ejecutan por razones ideológicas pero sobre todo crematísticas: hay que sumar como sea, si hace falta a costa de las vísceras ajenas.
El resultado es que en la selva habitan tribus distintas en las que sus miembros se dan la razón compulsivamente, con el efecto de que los mismos se citan siempre entre ellos, y cada comunidad, perfectamente depurada en sus creencias, está así lista para atacar y linchar a la tribu del lado. En la selva nada hay peor que la diferencia de criterio, como nada es más tabú que el cambio de opinión: en Twitter pocos se equivocan ni por supuesto se contradicen, y por eso casi todo el mundo tiene la razón. Antes de entrar en combate hay que estar muy seguro de tus fuerzas, y no hay espacio para los débiles y mucho menos para los dubitativos.
Destrucción o culto
La munición para ir a esta guerra del siglo XXI no es otra que la del propio ego, que tiene su propio espacio en este apartado de las @menciones, el alimento necesario antes de ir al TimeLine a disparar otra vez: en las @menciones fluye un río de críticas y de elogios, en función de si son de la tribu rival o propia, sin que se sepa qué es peor: la destrucción o el culto, dos caras de la misma moneda.
Cierto, en este submundo, menos parecido a la realidad de lo que pretenden sus miembros, hay debates apasionantes, pero quedan a menudo sepultados bajo el ruido de los sables. Por eso he decidido dejar Twitter y cancelar mi cuenta: como mucho seré un anónimo que observe la actualidad sin pronunciar palabra. Sí, yo también pasé la fase de entusiasmo, y me llegué a convencer de que serviría para cambiar el mundo. Pido perdón por haber cambiado de opinión: ahora pienso que más que acabar con la injusticia está más cerca de acabar con las personas. Yo también retuitée inmundicias, también linché y por supuesto cultivé mi ego en la sala oscura de las @menciones. Confesados los pecados, dejo la tribu liberado y muy feliz. Empieza la maravillosa vida pos-Twitter.
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