Jucios
Pinchazos 'cipotudos'
Las escuchas de los casos de corrupción ponen sobre la mesa el compadreo entre políticos y empresarios
Olga Merino
Periodista y escritora
Escritora y periodista. Master of Arts (Latin American Studies) por la University College of London (Beca La Caixa/British Council). Fue corresponsal de EL PERIÓDICO en Moscú en los años 90. Profesora en la Escola d'Escriptura de l'Ateneu Barcelonès. Su última novela: 'La forastera' (Alfaguara, 2020).
OLGA MERINO
Hace unos meses, el crítico y traductor Íñigo F. Lomana acuñó la expresión «prosa cipotuda» para referirse al estilo acanallado de algunos columnistas españoles cuyos rasgos definitorios serían una virilidad a lo Joaquín Sabina, la rimbombancia y cierta mística de bares y novias despechadas. Tuvo su gracia el asunto, aunque bien mirado no importan tanto la pirotecnia lírica o los coloquialismos tabernarios que les reprocha, como la mirada fresca de los opinadores en el análisis de la información. Por decirlo en corto, tal vez Lomana cargó las tintas pero estuvo sembrado con el término; un hallazgo.
Con su permiso, lo verdaderamente cipotudo son las conversaciones pinchadas que vienen escuchándose en el florilegio de juicios por corrupción, aunque luego las impugnen porque escucharse a uno mismo resulta insufrible. En el 'caso Pretoria', el exalcalde socialista de Santa Coloma de Gramenet Bartomeu Muñoz y el conseguidor Luis Andrés García, Luigi, se despachan a gusto con la interventora que obstaculizaba sus intereses llamándola «hija de puta» e «imbécil asquerosa». Un fraseo muy parecido al empleado por los implicados en el 'caso Mercurio' para referirse a otra piedra en el zapato, la entonces alcaldesa de Montcada i Reixac: le dicen «tonta del culo».
JERGA ANTOLÓGICA
También la operación Púnica, sobre la financiación ilegal del PP en Madrid, ha dejado escuchas telefónicas de antología: «Estoy tocándome los cojones, que para eso me hice diputado», le dice el exparlamentario José Miguel Moreno al empresario y cabecilla de la trama, David Marjaliza. Luego, hablan de «chupar pollas» (perdón) y apalabran la entrega de un sobre: «Prepárame la pasta».
Lo cipotudo aquí no es tanto el lenguaje soez, que también, sino sobre todo el desprecio, el compadreo entre políticos y empresarios, el clima de absoluta impunidad, la desfachatez de wéstern cuatrero que revelan los pinchazos. Curiosamente, no aparecen en el caso del 3%, tal vez porque la maquinaria funcionaba tan perfecta, tan engrasada, que no hacía falta insistir con las llamadas.
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