ANÁLISIS
Un país en vilo
Rafael Vilasanjuan
Periodista
RAFAEL VILASANJUAN
Ningún acuerdo de paz es perfecto, pero tras mas de cinco décadas de violencia el proceso en Colombia por fin tenía horizonte. El perdón puede cambiar este país y permitir que sus recursos se dediquen a desarrollarlo, en vez de hacer frente a un conflicto que ha venido arrastrándose como si la violencia fuera el estado natural de la sociedad colombiana para dirimir sus problemas.
Cierto, ningún acuerdo de paz es perfecto, el de Colombia tampoco, pero el camino recorrido estos cuatro años lo sitúa entre los que pueden pasar al registro. Tras la batalla, la paz solo puede ser un compromiso político de equilibrios delicados, donde nadie alcanza todos sus objetivos, por eso es mucho mas fácil iniciar una guerra que ponerle fin, por eso mismo es tan difícil llegar al punto donde la sociedad colombiana puede salir del túnel. El futuro no lo definirá tanto la perfección del acuerdo como la voluntad de completarlo, y de ahí la importancia del resultado del referéndum que cuando cerramos estas líneas solo habla de una división profunda en dos mitades casi idénticas. El problema es que si no se consigue el perdón, el olvido tiene tiempos diferentes y será todavía más difícil.
El presidente Juan Manuel Santos se ha echado el país y su partido a las espaldas. ¿Quién decía que en tiempos de redes sociales no hay espacio para liderazgos que intenten cambiar un estado de opinión? Sin menospreciar a Timochenko, líder de la guerrilla campesina, para Santos, con su mentor el expresidente Uribe convertido en feroz defensor de que el final del conflicto solo es aceptable mediante el sometimiento, llegar hasta aquí ha sido un infierno. Pero ha entregado todo su poder a conseguir este acuerdo. La cuestión, con un resultado negativo, es saber si será posible trasladar confianza a toda la sociedad para conseguir una paz que ya no dependa solo de sus dirigentes.
MIEDO A LA PAZ
En el momento en que unos y otros se enfrentaban al difícil proceso de verse la caras parece que a la sociedad colombiana le ha entrado el miedo a la paz. Los guerrilleros que tenían que salir de la selva, donde mantienen todo el poder y la capacidad de aislarse, ¿dónde irán? Si finalmente el pueblo colombiano se decanta por rechazar el acuerdo y la reconciliación, este conflicto, el último que se arrastra de la guerra fría, puede continuar eternamente gracias a una economía de guerra boyante. Los campos de coca se han duplicado en una década y si el acuerdo no llega o no se acompaña con una reconversión de cultivos y condiciones dignas de reinserción para los guerrilleros es muy fácil que todos ellos acaben en manos de sicarios de la droga y que la violencia política se transforme en una nueva violencia criminal, mucho más desestructurada y difícil de acabar.
El liderazgo político que ha traído el proceso hasta aquí ya no es suficiente, es necesario también que los colombianos, ahora totalmente divididos, entiendan que el éxito no es el acuerdo firmado, sino salir del túnel y superar la oscuridad de este medio siglo, para convertir Colombia en un país moderno, y no dejarlo en vilo por un acuerdo de paz.
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