La rueda

No me pises que llevo chanclas

El uso de chancletas por parte de ciertos nuevos políticos ha causado estupor

JULI CAPELLA

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La reciente ola de calor ha puesto de nuevo en el candelero usos y costumbres de la vestimenta estival. O de su ausencia, como pasó en el barrio de la Barceloneta el verano pasado con los strikings. Estos días avistamos bermudas, microshorts, monoquinis, tangas, y hasta el denominado hilo dental... Y la humilde chancleta vuelve con fuerza. Su uso por parte de ciertos nuevos políticos en ágoras institucionales causó estupor entre veteranos encorbatados adictos al mocasín. En la calle su aceptación es incuestionable. Hay que cuidar para no pisarlas por doquier, en la Rambla o en El Corte Inglés.

Chancla o chancleta deriva, al parecer, de zanca (de ahí zancada y zancadilla) que en persa quiere decir simplemente pierna. Y es que en realidad, es un calzado minimalista menos que una sandalia, lo mínimo que podemos añadirle a un pie para que camine con cierto confort y gran ventilación. Las chancletas más famosas son las denominadas havaianas, un producto elaborado en Brasil desde hace más de 50 años. Su eslogan en los años 70 era «no se deforman, no huelen y no se rompen las tiras», que es precisamente lo que les sucedía. Todos lo hemos comprobado: cómo se deformaban, cómo apestaban y cómo, finalmente, se rompían. Ya se sabe que la publicidad está para contrarrestar la evidencia.

Pero las populares y refrescantes chancletas -también denominadas flip flop, por su peculiar repiqueteo-, tienen un origen remoto y refinado. Al parecer los egipcios ya usaban un calzado muy similar elaborado con papiro, su pictograma jeroglífico es calcado a las actuales chancletas en V. Su imperio desapareció, pero los nipones las llevan fabricando imperturbables desde hace siglos. La geta es un refinado producto de madera y cordones de seda separando el dedo gordo de los otros. Lo usaban también los emperadores.