La clave

Un mundo caótico

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ALBERT SÁEZ

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Policías imputados. Espías espiados. Degenerados que prometen regenerarse. Preguntas que no admiten todas las respuestas. Respuestas que no admiten preguntas. Bancos rescatados que reparten beneficios. Edificios hipotecados vendidos en subastas a la baja. Policías malmetiendo de otros policías. Delincuentes que amedrentan a la policía. 700 mujeres muertas por tipos que les proclamaron su amor eterno. Diálogos sin palabras. Consultas sin pregunta. Becados que les dejan sin ir a clase. Ni el escritor más surrealista hubiera inventado un mundo sin sentido resumido en un día sin sentido.

Giambaptista Vico defendió el carácter cíclico de la historia y estableció cuatro eras: la teocrática, la aristocrática, la democrática y la caótica. En su jerga, el caos es el resultado de la decadencia de los regímenes democráticos que funciona como antesala del regreso al gobierno basado en el liderazgo religioso.

Inmovilismo perverso

Las palabras de Vico se tornan premonitorias cuando vemos cabalgar en las encuestas a lomos de la crisis a Marine Le PenRosa Díez o Albert Rivera. Todos ellos unidos por el común denominador de construirse sobre los restos de las respectivas socialdemocracias locales. Nacidos de la propaganda de la prensa de derechas que empieza quejándose de los abusos del Estado, sigue denunciando la corrupción y acaba proclamando que todos los políticos son iguales. Mientras, desde la izquierda, se les ríen las gracias porque tienen un lenguaje fresco y hablan de las cosas que les interesan a la gente. Pero solo son expertos en sembrar el caos, en proclamar que pagamos demasiados impuestos y recibimos malos servicios. Y siempre escondiendo la propia incoherencia en la maldad de algún otro: el inmigrante o los «otros» nacionalistas.

Los partidos tradicionales se quejan de este ascenso. Pero deberían ser más autocríticos. Especialmente porque la demagogia de los sembradores del caos descansa sobre su incapacidad de corregir los errores del sistema. Amedrentarse ante el corporativismo de los servidores públicos acaba por poner en riesgo la autoridad de la policía.