La muerte del verdugo del Estado Islámico
La caída de 'John el Yihadista' es un hecho relevante, pero no desenreda la madeja de intereses y objetivos que hay en Siria e Irak
Mohammed Emwazi, alias John el Yihadista, no era un gran cerebro estratégico. De la información conocida desgraciadamente en persona por quienes fueron rehenes del Estado Islámico (EI), como Marc Marginedas, no se desprende que ocupase un puesto elevado en la jerarquía de la organización terrorista. Sí era un sádico convertido en un potente instrumento de propaganda de una de las peores pesadillas que tienen tanto Occidente como más directamente el mundo musulmán. La imagen del británico hablando inglés con acento londinense, vestido de negro de pies a cabeza con un cuchillo en la mano antes de decapitar a varios rehenes, enviaba el mensaje de hasta dónde podía llegar la barbarie del EI.
Emwazi desmentía la creencia de que las filas del radicalismo islamista se alimentan en la pobreza y en la incultura. Por el contrario, John el Yihadista había nacido en el seno de una familia sin estrecheces económicas que vivía en un barrio de clase media alta de Londres, había pasado por la universidad y había tenido un trabajo estable en Kuwait, su país de nacimiento. El verdugo era el símbolo de la globalización de la yihad.
La muerte de Emwazi en un bombardeo de EEUU es un hecho relevante. Lo es para el EI, que pierde a uno de sus peones propagandísticos. Lo es para el presidente Barack Obama, que logra un éxito en su hasta ahora poco eficaz guerra contra la organización terrorista y puede transmitir la seguridad de que posee suficiente inteligencia para controlar y actuar sobre objetivos concretos.
No obstante, el resultado no debe hacer perder de vista la realidad. Mientras las milicias kurdas lograban liberar la localidad de Sinyar, en el norte de Irak, que estaba en manos del EI, esta organización reivindicaba un doble atentado que causó más de 40 muertos en un suburbio de Beirut, abriendo así un nuevo escenario en un país medio-oriental donde los equilibrios políticos y religiosos son de una gran fragilidad y donde su reducida geografía acoge a unos 1,2 millones de refugiados de Siria, lo que equivale a uno de cada cinco habitantes del país. Y luego están las amenazas proferidas por la organización terrorista contra Rusia, país claramente implicado en la salvación del tirano Bashar el Asad. La muerte del verdugo del EI no desenreda la madeja de intereses y objetivos que pesan sobre Siria e Irak.
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