La clave

Meter la mano en el cajero

ALBERT SÁEZ

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El escándalo de las denominadas tarjetas b que usaron 83 de los 86 miembros de los  consejos de administración de la antigua Caja Madrid y la Bankia que acabó siendo intervenida suma en total 15 millones de euros en 10 años. Peanuts, dirían los anglosajones. Pero, no. El asunto es más grave  de lo que algunos han querido ver. Dicen que es un delito fiscal porque «simplemente» es una retribución por su trabajo que no declararon a Hacienda. ¿Seguro? ¿Sacar 17.000 euros en efectivo de un cajero sin ningún documento que acredite en qué se gastaron no es lo mismo que meter la mano en la caja? ¿En qué consejo se aprobaron estos emolumentos que diría el gran Baratech?

Meter la mano en el cajero no es una actividad sustancialmente diferente que meterla en la caja. Un señor que fue director general corporativo de una entidad financiera dice que él no se ocupaba de la fiscalidad. ¿Hemos entendido lo que ha dicho? Otro señor que fue responsable de la Hacienda española asegura que devolverá el dinero. ¿No le extrañó en ese momento que le dieran dos tarjetas paras sus gastos de representación, una blanca y otra negra? ¿No preguntó quien autorizaba esos cargos a la partida de quebrantos? ¿Es suficiente que los ladrones devuelvan el botín?

Ofensa al sentido común

Por encima de esas leyes demasiado a menudo hechas a la medida de los que las votan, el sentido común conduce a dos reflexiones. ¿Estamos ante un soborno? ¿Servían las retribuciones en b y sin límite para que los consejeros no supervisaron la gestión de quienes les facilitaban la tarjeta? Porque recordemos que la misión del consejo de una caja, cuyo origen era un monte de piedad con finalidades sociales, era preservar su patrimonio. ¿Sirvieron las tarjetas para comprar sus votos en operaciones fraudulentas como las preferentes la salida a bolsa?

La segunda gran duda que levanta este episodio es sobre el silencio. ¿Cómo es posible que 86 personas recibieran la tarjeta b y solo 3 no la utilizasen pero todos callasen? En los ambientes de la camorra esta verdadera espiral del silencio tiene un dramático nombre: omertá.  Les duele, pero son casta.