ANÁLISIS
Mensaje en La Catedral
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
Si hay que anunciar algo importante, mejor hacerlo en San Mamés. El Barça aprovechó que ayer jugaba en un templo histórico para enviar un mensaje solemne: su fútbol ha vuelto. No hay partido intrascendente en San Mamés: la liturgia atávica de este campo obliga a tomarse muy en serio todo lo que allí acontece.
Los primeros que son conscientes del embrujo son los jugadores locales, imbuidos de un espíritu que se remonta a tiempos ancestrales. Solo así se explica que a pesar de haberse podido ir al descanso con cuatro o cinco goles en contra, el Athletic fuera capaz durante unos minutos de la segunda parte de dar la sensación de que solo con su empuje podría dar incluso algún susto. Pero fue sólo un espejismo, porque el partido fue, por encima de cualquier otra consideración, un reencuentro feliz del Barça consigo mismo.
Disfrutar como niños
El equipo recuperó ayer sensaciones que hacía mucho tiempo que no tenía y volvió a demostrar que es letal justamente cuando se divierte. En medio de las montañas rusas de esta temporada y de la anterior había jugado partidos buenos y había seguido dominando a casi todos los rivales pero nunca hasta ayer había transmitido esta sensación de disfrutar otra vez como si estuviera en el patio de una escuela.
El milagro fue posible gracias a otra exhibición del más travieso de todos los niños, Leo Messi, que ayer destrozó al Athletic simplemente haciendo de pivote asistente, como en la jugada prodigiosa del quinto gol en la que abrió en canal a toda la defensa rival. A lomos del mejor Messi de los últimos años, cabalga ahora todo un equipo que hace poco más de un mes parecía desahuciado y que ahora es casi favorito a todo, así de ciclotímico puede ser el fútbol.
La belleza del juego llegó ayer a tales cotas que algunos pecaron incluso de esteticistas y se recrearon gratuitamente en su superioridad, como sucedió en tres ocasiones con Neymar, que falló pensando más en la foto que en el marcador. Lo mejor es que el Barça ya no se pregunta a qué juega simplemente porque ya no le hace falta: entre el nuevo Barça y el viejo, entre Rakitic y Xavi, parece haber encontrado una especie de síntesis, con clara tendencia a no moverse del clacisisimo: sí, hay contrataques y por cierto maravillosos, pero la esencia sigue siendo la posesión, el ritmo de balón y el rondo de siempre.
En el festín que se pegó el equipo hubo ayer una ausencia significativa, la de un Iniesta que contempló la exhibición desde el banquillo, otra de las piezas básicas que como ya les ha sucedido a pesos pesados como Xavi, Piqué e incluso Neymar, deberá pasar su propia ITV.
Pero lo más trascendente es el mensaje que los jugadores dejaron ayer en el césped de San Mamés: mientras el club se desangra con imputaciones y líos institucionales varios, el equipo ha sido capaz de abstraerse y recuperar viejas sensaciones. Ni que sea fuera de los despachos, el Barça ha vuelto.
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