Pequeño observatorio

La memoria es una pizarra

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Me he dado cuenta de que a veces me cuesta un poco recordar el nombre de una persona que forma parte de la gente que he conocido a lo largo de la vida. Es cierto que algunos contactos no han sido muy repetidos, y que la vida o el oficio me ha proporcionado la suerte de hacer varias relaciones, pero el hecho es evidente: mi memoria de nombres no siempre es inmediata.

Entiendo que Johann Paul Richter, eter,scritor alemán, dijera que la memoria es el único paraíso del que no podemos ser expulsados. Lo entiendo porque murió a los 50 años, cuando el cerebro conserva todo lo que va grabando. Pero cuando François-René de Chateaubriand se permite decir -¡cuántas tonterías dicen los famosos!- que la memoria es la calidad de los tontos, consigue irritarme.

La memoria no caracteriza la estupidez ni la inteligencia. La memoria no es un valor moral, sino simplemente útil. Y este mecanismo puede ir a favor o en contra. No tener memoria puede ser un drama, pero olvidar puede proporcionar una dosis de bienestar. Hay olvidos que nos liberan de malos recuerdos, y memorias que nos pueden condicionar amargamente.

En la vida social hay unos «no lo recuerdo» que pueden ser ofensivos  y otros «no lo recuerdo» que son, al contrario, un gesto de cortesía, el resultado de una decisión de no querer recordar lo que puede hacer daño.

Cuando de pequeño iba a la escuela, el profesor me decía de vez en cuando, al igual que a los  otros  alumnos: «Sal a la pizarra». Si teníamos que escribir una frase,  empezábamos, como es natural, por el extremo de la izquierda e íbamos avanzando, letra a letra, hacia la derecha, hacia adelante. Y cuando teníamos que borrar lo que habíamos escrito, lo hacíamos al revés: empezábamos por la última letra e íbamos borrando hasta llegar a la primera.

La pizarra de la memoria.