Al contrataque

Los que callan

JOAN BARRIL

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¿Para qué sirve un partido político? Probablemente para mantener y defender los mejores principios de la convivencia, entre los que por supuesto no se encuentra la corrupción y el aprovechamiento privado de los recursos públicos. Un partido debería ser ante todo una especie de concilio permanente en el que se mostraran los límites de lo políticamente sano y de lo desaconsejable. Un partido es un espacio de civilidad que nos ha de impregnar a todos. De ahí que nos sorprenda la volatilidad de los principios políticos cuando estos se ponen en duda por la mala praxis de algunos de sus miembros.

El miembro de un partido no es necesariamente un ser obediente y crédulo, sino un líder de sí mismo, alguien que tiene más proyectos que recuerdos y más razones que ideologías. De ahí que nos extrañe que algunos sucumban a la tentación del beneficio propio y se aparten de lo que la gente espera de ellos. Así ha sucedido con Bárcenas, así sucedió con Roldán, así acaba de suceder con el alcalde de Torredembarra o con el hijo de Pujol. Han caído los principios en manos de los príncipes. Y ahí están dispuestos a seguir como si nada hubiera pasado.

Pero algo ha pasado, sin duda. La corrupción no es patrimonio de los corruptos, también de aquellos que se jactan de la autoridad cuando saben que la autoridad moral hace tiempo que la han perdido. El día en el que el alcalde de Torredembarra y sus correligionarios fueron sometidos a la vergüenza pública, ¿qué pasó para que con el alcalde aún en la cárcel alguien decidiera que más valía seguir como si tal cosa? El aprovechamiento de recursos públicos, ¿es realmente cualquier cosa? ¿Ese era el gobierno de los mejores que prometieron? ¿Mejores en qué?

Todos son malos

Lo grave de todos estos asuntos es que ya no hay buenos ni malos. Ya todos son malos. Nos ha llegado a parecer que las malas prácticas forman parte de la buena política. Y lo que es peor: se da por supuesto que eso es inevitable. Ante este desastre aparecen personajes que enardecen sus voces para legislar en contra de los que protestan. Una cosa es cierta: ustedes no protesten, no se indignen, no caigan en la tentación de fotografiar a la policía, no lancen gritos malsonantes porque les va a caer una multa que no olvidarán. Ustedes a lo suyo, al silencio, a la autohumillación y la resignación. Por lo demás ya tienen bastante para asumir las vergüenzas de los malos gobiernos. Ustedes traguen, que ya les daremos basura de la que tragar. Ustedes callados por que se queden sin trabajo, sin sanidad y sin enseñanza. Jódanse y no molesten. Y si se da el caso de que tengamos que defender a nuestros malditos próceres corruptos, háganlo con la discreción debida a los buenos ciudadanos, que son al fin y al cabo los que callan.