Al contrataque

Los pobres invisibles

JOAN BARRIL

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Lo de la consulta catalana le ha hecho un buen favor al Gobierno central. Entretenidos en las sagradas «indivisibilidad», «España, la nación más antigua de Europa» e «ilegalidad», mientras se va acogotando al ciudadano con leyes draconianas. Sumidos en el desconcierto y la dureza de la crisis, el Gobierno ha conseguido encontrar culpables a todos los demás menos a sí mismo. Así, la  crisis es como una catástrofe natural que penetra en las casas y se nos lleva sueldos y prestaciones. Y así también, sin ningún tipo de reparo, el Gobierno actúa como si los responsables de esta situación fueran unos ciudadanos ávidos y consentidos que van carcomiendo las arcas del Estado.

Antes se elaboraban leyes contra la pobreza. Hoy se redactan leyes contra los pobres. Esa es la verdad. Ya no vale esconder la necesidad diciendo que son clases económicamente desfavorecidas o sectores marginales. Para explicar el crecimiento de la desesperanza hay una palabra sustantiva y calificativa. Y esa palabra es pobre. El pobre es una condición importada. Tantos años diciendo que España era la monda y que aquí se ataban los perros con longanizas y ahora hay que situar la pobreza lejos de nuestras calles. Hasta parece a menudo que el pobre de España no sea español y que cuando los expertos en pobreza como Cáritas hablan de la malnutrición infantil el Gobierno les desautorice diciendo que son unos agoreros. No hay día en el que el Gobierno no conciba nuevas medidas para acabar con la rémora de la pobreza. Así han ido las cosas: primero inventamos a los pobres cercenando sus puestos de trabajo. Después al pobre se le deja caer con la ideología del sálvese quien pueda. El poder adquisitivo de las pensiones ya se ha reducido, pero más se va a recortar tan pronto pasen las elecciones europeas. El pobre es el enemigo que no se ve, porque en el fondo la pobreza es la invisibilidad.

Sin conciencia social

Pero lo sorprendente es esa tenacidad con la que nuestros gobernantes van señalando al pobre como un adversario. Si la lucha de clases regresase, es evidente que los poderosos y las grandes fortunas habrían vencido por pura aniquilación del contrario. Desde que la niña Fabra exclamó desde su escaño un sonoro «¡que se jodan!» ante la inminente aplicación de la reforma laboral hasta hoy el Gobierno no ha hecho ningún gesto que demuestre la más mínima conciencia social. Algunas obras públicas y un extravagante sentido del orgullo patrio se han levantado sobre los recortes en educación, investigación, sanidad y esos pequeños salvavidas que eran algunos subsidios, junto a una voracidad recaudatoria que la gente ignora a donde va.

Mientras tanto, como los antiguos césares romanos, nos van a dar panem et circenses, ese pan de la España inamovible y ese circo en el que el Gobierno pretende convertir lo de la consulta.