Los malos reflejos de Erdogan
Rosa Massagué
Periodista
ROSA MASSAGUÉ
Catástrofes naturales y grandes accidentes son un buen barómetro político. Permiten medir la capacidad de gobierno de los dirigentes, conocer cómo van de reflejos. El primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, no ha pasado la prueba del algodón que ha supuesto el terrible accidente en una mina de carbón, en Soma, en el que 280 hombres han perdido la vida y otras decenas seguían enterradas en su interior.
Decir que accidentes de este tipo "son cosas que pasan" y argumentarlo remontándose a catástrofes mineras ocurridos en el Reino Unido desde 1862 o fijándose en las registradas en EEUU, país del que dijo tener "todo tipo de teconología", es un insulto a las víctimas además de ser una demostración de arrogancia. Pone al descubierto su mala gestión política de una actividad peligrosa como es la minería. Hace apenas tres semanas el partido del primer ministro, el islamista moderado AKP, rechazó en el Parlamento la creación de una comisión pedida por la oposición para analizar la seguridad de las minas turcas.
La actitud de Erdogan también revela una absoluta falta de empatía hacia la población para la que gobierna. La imagen de uno de sus asistentes dando patadas a un hombre que protestaba contra el primer ministro en Soma contribuye al dibujo de menosprecio, al margen de ser por sí mismo un acto totalmente execrable.
Una buena o mala reacción ante un desastre puede cambiar el rumbo de la carrera de un político. La imagen de Bill Clinton, por ejemplo, ganó muchos puntos cuando, muy emocionado, se abrazó a las víctimas del atentado terrorista de Oklahoma, en 1995, que causó la muerte de 168 personas.
El canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder ganó unas elecciones que se daban por perdidas en el 2002, cuando vistió impermeable y botas de agua para consolar a las víctimas de las graves inundaciones registradas en Sajonia y recuperó el decisionismo que le había caracterizado durante los años iniciales de su primer mandato en la cancillería.
Incluso el reconocimiento popular del dirigente chino Wen Jiabao subió como la espuma cuando se preocupó por las víctimas del terremoto que asoló la provincia de Sichuan, en el 2008, en el que perdieron la vida más de 70.000 personas.
La actiud desconsiderada de Erdogan se parece más a la de menosprecio expresada por Vladimir Putin durante el accidente del submarino atómico Kursk, en el 2000, que se hundió en el mar de Barents con toda su tripulación formada por 118 marinos. En aquella ocasión el presidente ruso, de vacaciones en Sochi, tardó cuatro días en aceptar la ayuda internacional que era la más próxima a la zona de la tragedia.
Después de ganar tres elecciones consecutivas, el primer ministro turco tuvo que hacer frente el pasado año las masivas protestas de la plaza Taksim. Desde entonces las manifestaciones contra su Gobierno se han repetido. El accidente de la mina de Soma también ha generado amplias protestas. Que estos movimientos se transformen en votos para la oposición ya es otra cosa. Pero sin duda, Erdogan deberá tenerlo presente cuando tome la decisión de presentarse o no a las elecciones presidenciales del próximo mes de agosto.
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