La nueva burbuja inmobiliaria

¿Y los afectados por el alquiler?

El inquilino, como el trabajador autónomo que intenta ir por la vida de por libre, es el último mono de su sector

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RAMÓN DE ESPAÑA

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Los precios de la vivienda en alquiler se han disparado en Barcelona sin motivo alguno, más allá de la codicia de sus propietarios: no hemos salido de la crisis, que yo sepa, pero nos enfrentamos a una nueva burbuja inmobiliaria; la venta de apartamentos está estancada, pero el mercado de alquiler, cada vez más reducido porque sacas más pasta alquilando tu tesorito por días a los turistas que proporcionando un domicilio a los locales, está por las nubes, como puede comprobar cualquiera que intente alquiler un piso en nuestra querida ciudad desde hace unos meses. Tengo un buen amigo en esa tesitura y me consta que no encuentra nada medio decente por menos de 1.200 euros al mes, que si no es una fortuna, lo parece.

Los políticos, como de costumbre, no intervienen y se limitan a recordarnos las implacables leyes de la oferta y la demanda, sobre las que ellos, al parecer, no ejercen influencia alguna. Esta actitud, propia de la derecha, ha sido asumida en su totalidad por lo que se supone que es la izquierda, desde la (supuesta) socialdemocracia del PSC a la (igualmente supuesta) extrema izquierda de la CUP y los 'comuns', pasando por los (no menos supuestamente) liberales de Ciutadans.

UN SALOU DE GRANDES DIMENSIONES

Lo que veis es lo que hay, parecen decirnos los representantes de todos los partidos, y no pensamos hacer nada para poner en su sitio a los caseros abusivos ni para impedir que Barcelona siga el camino emprendido por Londres o Nueva York: convertirse en una ciudad para ricos en la que no pueda vivir quien no pueda permitírselo, con el agravante de que las citadas urbes te ofrecen bastante más por tu dinero a nivel social y cultural, mientras que la nuestra se conforma con ser un Salou de grandes dimensiones y excesivas pretensiones.

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Ya en su etapa de activista humanitaria, Ada Colau tomó partido por los afectados por la hipoteca. Ya entonces, la causa de los que vivimos de alquiler no le interesaba gran cosa. ¿Para qué agobiarse con los problemas de las sufridas víctimas del colectivo de caseros -que siempre ha sido uno de los más miserables dentro de la sociedad catalana- cuando podía salir en defensa de toda esa gente que se había comprado un apartamento sin pararse a pensar si se lo podía permitir o no? El inquilino de alquiler, como el trabajador autónomo que intenta ir por la de vida de por libre, es el último mono de su sector. Yo milito en ambos y sé lo que me digo.

UNA SOCIEDAD QUE SE VA ENVILECIENDO

Soy consciente de que la situación es peliaguda. Con la ley en la mano, nadie puede impedir que el feliz propietario de un cuchitril de entre 12 y 20 metrosuncuchitril de entre 12 y 20 metros -lo que se conoce coloquialmente como 'mierdapisos'- pretenda soplarle a alguien 300 o 400 euros al mes por semejante zulo. Y también me consta que las cuestiones morales no son una prioridad de nuestra clase política, pero no es menos cierto que tolerando esta clase de prácticas éticamente dudosas, una sociedad se va envileciendo un poquito más cada día.

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Esa Constitución que tan poco les gusta a Colau y su equipo de lumbreras dice que todo español tiene derecho a una vivienda digna, y un cuartucho de 11 metros cuadrados no suena precisamente a vivienda, ni digna ni indigna. Pero ya se sabe que el que vive de alquiler es un ciudadano de poco fiar, pues no tiene una hipoteca en ningún banco y suele vivir al día. No se ha comprado un piso porque considera que la vida también es de alquiler o porque no tiene descendencia a la que legárselo o, simplemente, porque considera que no puede permitírselo y no tiene ganas de que lo desahucien, aunque así se convierta en una víctima ideal para ser utilizada por los arribistas de izquierdas en contra de los arribistas de derechas.

CARENTES DE GLAMUR PROGRESISTA

No hay diferencia alguna entre unos y otros a la hora de querernos a todos hipotecados y en nómina, aunque el banco ejerza con nosotros la usura que le distingue y el sueldo que nos cae cada mes roce lo ridículo o incurra directamente en él. El inquilino es un sujeto sospechoso en cuyos derechos nadie piensa: le pueden subir el alquiler a lo bestia cada tres años, lo pueden echar porque el piso lo necesita la hija casadera del dueño o se le puede acosar si es de edad provecta y paga una renta antigua. Carentes de glamur progresista, los que vivimos de alquiler nunca asistiremos al nacimiento de la Plataforma de Afectados por el Alquiler ni contaremos con una activista de campanillas para defender nuestros derechos. Si es que tenemos alguno, cosa que tampoco está muy clara.