Aún Cartago

Juan Eduardo Cirlot, en el monasterio de Santa Maria de l'Estany en 1963.

Juan Eduardo Cirlot, en el monasterio de Santa Maria de l'Estany en 1963.

DOMINGO RÓDENAS DE MOYA

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Aún existe Cartago, pero no es más que un pueblo tunecino que nada tiene que ver con la metrópolis imperial que destruyó Roma en el siglo II para demostrar, una vez más, que nada humano es eterno. Desde entonces, el mito de su esplendor derrotado y luego desvanecido fue inspiración de artistas y escritores, desde Petrarca hasta el Flaubert de 'Salambó'. Los días de furia de la tercera guerra púnica, la de la aniquilación, dieron pábulo a Emilio Salgari para una de sus últimas novelas, 'Cartago en llamas', y Jorge Luis Borges, ciego y próximo a su muerte, fantaseó en Berna con la victoria cartaginesa sobre Roma y un mundo resultante en el que la "vasta lengua púnica" sería la lengua del orbe.

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Frente a lo que pudo haber sido y no fue, un poeta barcelonés, Juan Eduardo Cirlot, imaginó en la navidad de 1946 (hace exactamente sesenta años), en el Café de la Rambla que hubo en la calle Canuda, un 'Libro de Cartago' que escribió como un diario "de una tristeza irrazonable". A lápiz, en papel de la cafetería, Cirlot compuso el libro los días 26 y 27, transformando a Cartago en su propia desolación ante las pérdidas irrecuperables e invocando, como el Borges anciano, al dios Baal para que devolviera la esperanza a su corazón: "¡Oh Baal! Oh, padre infinito [...], ven a esta casa roja". Sabía Cirlot que no podía desasirse de las "negras substancias que nos integran", que "siempre hay un templo en el centro de las tinieblas del hombre" y, con un fogonazo de lucidez, que Cartago no existe ni ha existido jamás. Cirlot corrigió y vertebró aquel espléndido poema en prosa, hizo una copia para sí y envió el borrador a su amigo Carlos Edmundo de Ory.

Ahora por fin ve la luz, en una suntuosa edición facsimilar, 'El libro de Cartago' (Vaso Roto), tanto en la versión primigenia como en la forma final pulcramente caligrafiada por Cirlot y con ilustraciones de Julián Gallego. Esta Cartago exterminada es muchas ciudades arrasadas (es Alepo y es Sarajevo y es Dresde), pero es ante todo el vacío que el horror abre en la cavidad de la conciencia: "la ciudad de la nada de tu alma" donde, como sentencia Cirlot, "la casa ya no existe".