Leopoldo I de Barcelona

JOAN Tapia

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El miércoles por la tarde Barcelona quedó conmocionada al conocerse la muerte en accidente, a los 79 años, del empresario y mecenas Leopoldo Rodés. ¿Cómo sintetizar su rica y poliédrica personalidad? Isidre Fainé, con el que tuvo gran relación en el consejo de la Caixa, y en la unión de la colección de la Fundación con la del Macba, lo ha definido como un «espíritu renacentista». No un príncipe -aunque algo de eso había- porque Leopoldo, además de tener una curiosidad universal, era un tenaz trabajador. Quizá una de sus claves es que disfrutaba y aprendía trabajando.

Creó Tiempo, una pequeña agencia de publicidad en el Tuset de los 60 -allí convivió con creadores como Pepo Sol, que luego estuvo en los JJOO- y que acabó vendiendo a BBDO. Entonces nació Media Planning, una mayorista de publicidad en la que se implicó a fondo -él y luego dos de sus hijos- que revolucionó totalmente el mercado. La acabó fusionando con la francesa Havasy se convirtió en el presidente de una de las grandes publicitarias del mundo. Dicen que Emilio Botín, recientemente fallecido, comentaba que Rodés le fue a ver y le aseguró que Media Planning le daría influencia en los medios y sería un buen negocio. El banquero añadía que de lo primero nada pero que sí habían ganado mucho dinero.

Josep Maria Ureta escribió el jueves que Rodés era un hombre que sabía tender puentes. Fue su punto fuerte. Quizá ha sido el catalán mas conectado con el establishment español. Fue amigo de Botín, de Jesús Polanco -con el que estuvo implicado tanto en El País como en Canal Plus en el difícil momento de la pugna con Aznar-, de Carlos March, de Plácido Arango… Creía -en eso también coincidía con Pasqual Maragall- que  Barcelona debía ser tanto la capital de Catalunya (lo era de manera natural) como la segunda capital de España y una ciudad puntera del mundo. Y eso exigía moverse.

Ahí nació su compromiso con los JJOO del 92. Fue clave en las complicidades, tan altruistas como lógicamente interesadas, entre Juan Antonio Samaranch y Carles Ferrer Salat (el COI y la alta burguesía catalana), con Pasqual Maragall,Narcís Serra… y el Gobierno socialista de Felipe González. Y ayudó a Samaranch (fueron cómplices permanentes) para que Pujol (gente de CDC lo quería) no pusiera la proa a los Juegos. El gran éxito del 92 puso a Barcelona en el mapa del mundo. Y como dice Lluís Reverter, del boom turístico subsecuente vivimos.

Rodés sabía que el turismo no era un maná eterno. Por eso, lo ha puesto de relieve Marià Puig en una lúcida carta póstuma, impulsó a primeros de los 90 la creación del Instituto de la Empresa Familiar (IEF), una organización que reúne a las grandes empresas españolas (no multinacionales) que son propiedad -al menos parcial- de un grupo familiar. ¿Qué pasó? Rodés era la derecha económica (un empresario liberal) pero la derecha política le erizaba. Además gobernaba Felipe González (creo poder decir que le gustaba mucho más que Aznar) y las empresas españolas necesitaban conectar con el Gobierno y defender sus intereses. La CEOE de Cuevas no servía (hasta Joan Rosell era persona non grata). Había que montar un organismo representativo y realista con voluntad y conocimientos para negociar. ¿Qué? Por ejemplo, la no tributación en sucesiones de los patrimonios empresariales familiares para que los herederos no tuvieran la tentación (o la necesidad) de vender a las multinacionales que venían de compras por España.

Con un profesional como Fernando Casado al frente lo consiguieron. Quizá se abrió una puerta a la desigualdad fiscal (recuerdo que Rodrigo Rato, entonces en la oposición, me dijo que no tributarían los hijos del señor Puig pero sí los de sus directores de fábrica), pero se fortificó lo que había (no demasiado) de industria autóctona capaz de modernizarse y competir en el mercado global. Por cierto, luego el Gobierno de Aznar (y Rato) fue más lejos en este camino.

Como «espíritu renacentista» tenía un gran interés por el mundo de la cultura. La música (Liceu y Palau), la literatura (de ahí su amistad con el polifacético periodista de El País Juan Cruz) y -más todavía- el mundo del arte. Un gran Tàpies era lo primero que veías al entrar en su piso de Pedralbes. Y ahí nació el Macba. Los mecenas (tampoco demasiados) no podían hacer solos el museo de arte contemporáneo del que Barcelona carecía. Había que acordar con el ayuntamiento una iniciativa público-privada, y un reparto del poder, en el que las dos partes estuvieran cómodas. Volvió a pactar con Pasqual -tras negociaciones a veces ásperas- pero el proyecto se hizo realidad. Y ahí está el magnífico edificio de Richard Meier, en el que tanto empeño puso el fallecido constructor Josep Maria Figueras.

Para Rodés el Macba era una de sus grandes prioridades. Le dio muchas satisfacciones (entre ellas el encuentro con Ainhoa Grandes, su ahora viuda) pero también problemas y disgustos, el último muy reciente por una obra escabrosa sobre Juan Carlos.

¿Era monárquico? No lo sé. Un hijo suyo se llama Alfonso. Lo seguro es que creía que el catalanismo pasaba por España y que la monarquía había dado cambio con estabilidad. Por eso ayudó a crear la fundación Príncipe de Girona para reforzar los vínculos entre el entonces heredero y Catalunya.