Pequeño observatorio

Las modas y el contagio masivo

Lo que digan los termómetros no siempre es recibido por la gente como un acto de fe

JOSEP MARIA ESPINÀS

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Parece que se irán consolidando los días con sol. Pero la vida me ha enseñado que siempre es posible la aparición de una mañana espléndida y luminosa en plena temporada de cielos grises. Y al día siguiente una lluvia repentina. E incluso una oscilación imprevista de las temperaturas. Se ha conocido ahora que esta primavera ha sido la más cálida en un período de muchos años. Pero lo que digan los termómetros no siempre es recibido por los ciudadanos como un acto de fe. Climáticamente somos unos irreductibles subjetivos. Un vecino de la escalera, con quien comparto el ascensor, me puede decir «hace frío, ¿verdad?» Y puede que yo no tenga.

Porque una cosa es que haga frío y otra es que mi vecino y yo no tengamos. Hacer y tener son dos cosas que no son equiparables. Una cosa es lo que dice un termómetro y otra lo que dice mi piel. Y como la piel es una exclusiva personal, la discusión puede ser absurda. A veces cuesta aceptar que el otro es otro, que hay quienes sudan y hay quienes no lo hacen. Cada uno cuenta con sus propias reacciones térmicas.

Se ha informado de que esta primavera ha sido la más cálida en muchos años. Pero las sensaciones no dependen de las estadísticas. De todos modos, puedo creer que tienen razón porque esta primavera pienso que se ha batido un récord: la multiplicación de chicas vistiendo unos pantalones cortísimos que han dejado en ridículo la innovadora minifalda que impuso la moda hace ya varios años.

La juventud -quizá hay que decir la adolescencia- siempre ha destacado por la tendencia al máximo posible. El ejemplo fue aquella reacción que hubo un invierno con la moda de lucir unas largas y densas bufandas que rodeaban el cuello y que colgaban hasta las rodillas.

La rapidez de la propagación de una moda es impresionante. Cualquier innovación se justifica cuando esta resulta masiva.