EL DIÁLOGO ENTRE PADRES E HIJOS

Las grandes virtudes

Si vamos a convivir con niños que nos van a imitar, hemos de acostumbrarnos a ofrecerles un lado bueno, lo que no significa perfecto

Natalia Ginzburg, en Roma en 1989.

Natalia Ginzburg, en Roma en 1989. / periodico

JENN DÍAZ

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Lo que pedía Natalia Ginzburg para nuestros hijos -para los suyos- era que no se parecieran a nosotros, que fueran mejores y más fuertes. Para ello, debíamos enseñarles las grandes virtudes y olvidarnos de las pequeñas, que son por supuesto más cómodas, evidentes y concretas. Las grandes virtudes son las que todos querríamos, no sólo para nuestros hijos: la bondad, la franqueza, el deseo de ser y de saber. Son inabarcables, y por eso educar en base a las grandes virtudes es a menudo complejo y está repleto de indecisiones y confusión.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"Educar en base\u00a0","text":"a las grandes virtudes es a menudo complejo y est\u00e1 repleto de indecisiones y confusi\u00f3n"}}

El diálogo entre padres e hijos del que hablaba Ginzburg es un diálogo posible gracias al autoreconocimiento de los nuevos padres. Los padres de entonces sabían que la educación no debía parecerse en nada a la que recibieron, del mismo modo que nuestro diálogo tampoco debe ser exacto al suyo. Vamos un paso más allá: hemos reconocido a los padres de Ginzburg, a los que fueron padres al mismo tiempo que Ginzburg, a los hijos de estos, y ahora... nosotros. Toda esa indecisión: generaciones de silencio, de guerra, de supervivencia, de transición, generaciones y más generaciones, y ahora llega la nuestra, absolutamente vocacional.

DEJAR A UN LADO VICIOS Y ERRORES

Los padres de hoy en día no están sujetos a tantas leyes no escritas, a tantas presiones sociales como antaño, y sin embargo las dudas y las preguntas se van sucediendo de unos a otros. Como nuestros abuelos debieron ocuparse de sobrevivir, nuestros padres se ocuparon de darnos lo mejor. El testigo que nos deja toda esa herencia es que ahora nosotros debemos ocuparnos de algo más confuso: detectar las virtudes, y dejar a un lado los vicios y errores de los demás. Eso nos convierte en padres que han confundido las grandes con las pequeñas virtudes, y le han dado todo el poder o bien a los hijos -y sus pequeñas tiranías- o bien a los demás padres. Más que nunca estamos contaminados por lo que está bien y lo que está mal a ojos del resto.

{"zeta-legacy-destacado":{"strong":"M\u00e1s que nunca\u00a0","text":"estamos contaminados por lo que est\u00e1 bien y lo que est\u00e1 mal a ojos de los dem\u00e1s"}}

Uno de los ejemplos que pone Ginzburg es el dinero. Cómo el dinero fue tan importante para las generaciones anteriores, precisamente porque no abundaba, y cómo de unos a otros hemos ido idolatrándolo hasta el punto de enseñarles a nuestros hijos a tener una hucha y cuidar de ella: finalmente, se olvidan de todo aquello que pueden comprar con el dinero, y se interesan por el dinero en sí. Hemos querido darles todas las herramientas que nosotros o no tuvimos, o eran adecuadas para la época y ya no.

OFRECER UN LADO BUENO

Pero las cosas han cambiado: algunas a mejor, otras a peor. Si pienso en las grandes virtudes y en los métodos Montessori, el equilibrio no es en absoluto sencillo, pero probablemente es infalible. A los niños hay que hablarles de las cosas buenas, de las virtudes más grandes, y no importa que no las entiendan, porque las harán suyas -como la hucha, el dinero o las cosas que puedan comprar- y las imitarán. Si vamos a convivir con niños que van a imitar todo cuanto hagamos (como así es), tendremos que acostumbrarnos a ofrecerles un lado bueno.

Pero lo hemos entendido mal: bueno no significa perfecto. No puede serlo nunca, o la siguiente generación deberá resolver lo que nosotros intentamos resolver de nuestra generación anterior. Si queremos que sea perfecto -nuestros hijos, su educación, sus extraescolares, su comportamiento- nos olvidaremos de que sean buenos. Estaremos más ocupados en mostrarnos perfectos que en solucionar nuestras imperfecciones. Crecerán en una mentira igual que nosotros crecimos en el silencio o la violencia. Por miedo a que nuestros hijos no crezcan entre el grito o el silencio, no podemos ofrecerles algo irreal como la perfección.

LAS 'COSAS DE NIÑAS'

El niño, desde luego, debe ser el centro de la educación, con sus tiempos y sus necesidades, pero no todo puede depender de ellos -ni de nosotros, ni de nuestros traumas, ni de nuestros parches a lo anterior-. Decía Ginzburg que el amor a la vida genera amor a la vida, Montessori que aunque no las entiendan, hay que sembrar en los niños ideas buenas. Las grandes virtudes van de eso, pero ni las ideas buenas ni las virtudes son perfectas. Nadie nos exige nada salvo nosotros. Si queremos que los niños dejen de menospreciar las 'cosas de niñas', por ejemplo, quizá habría que, como dijo Quique Peinado, hacerles entender que las 'cosas de niñas' son igual de buenas. Nosotras, las mujeres, haciendo cosas de hombres, estamos a un paso (o dos, o tres) de ser consideradas iguales que ellos. La sociedad está en nuestras manos: en la educación de las niñas, y posiblemente en la de los niños sobre todo.

TEMAS