La princesa y el sapo

Pillé un berrinche al ver una foto de Jerry Hall y Murdoch enamorados. Pero bien mirado, tiene su lógica

RAMÓN DE ESPAÑA

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El otro día me pillé un berrinche al ver una foto de Jerry Hall con Rupert Murdoch, ambos felices, sonrientes y aparentemente enamorados. ¿Pero qué hacía la exmujer de Mick Jagger y -lo que aún es más grave en mi santoral pop- exnovia de Bryan Ferry con un magnate de extrema derecha que a todos nos parece la versión real del villano de una película de Bond? Afortunadamente, se me pasó enseguida, pues me sentí como mi madre cuando se indignó porque Jacqueline Kennedy se convertía en Jackie O y ella no entendía cómo una princesita de la realeza norteamericana -¡viuda del primer presidente católico de los Estados Unidos, para más inri!- podía liarse con semejante sapo helénico (el hecho de que Onassis hubiese gozado antes de los favores de María Callas era otro misterio insondable para mamá).

Tras recobrar la lucidez, decidí adoptar el punto de vista de Murdoch y la cosa adquirió cierta lógica. Como Sarkozy cuando pilló a Carla Bruni, el amo de la Fox, don Ruperto, aún humillado por los cuernos que le puso la parienta con Tony Blair, también se cree con derecho a una trophy wife, y la exmodelo tejana ya tiene sus añitos y no es la sirena de la portada del quinto álbum de Roxy Music ni la tigresa sexy que se contoneaba en torno a un Ferry de traje blanco y bigotillo a lo Errol Flynn en el videoclip de Let's stick together. En esa línea argumental, hace mucho que Jagger era un jovenzuelo rebelde que cantaba Time is on my side en clubs del Londres de los 60, y Ferry ya no es el veinteañero que reinventó el rock en 1972 con Roxy Music (y la colaboración fundamental de Brian Eno). Hoy, Jagger es un millonario de la tercera edad y Ferry, un tory monárquico que publica discos que van de lo agradable a lo banal. O sea, que se mueven en el mismo mundo que Murdoch, del que tampoco les separan tantos años. Y Hall solo es una belleza que se va marchitando y tiene que pensar en su futuro, por lo que más vale dejar la metáfora de la princesa y el sapo para mejor ocasión.