La clave

La dignidad herida

ALBERT SÁEZ

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El Rey no podía en su primer discurso decir lo que muchos querían escuchar. Fue absurdo sublimar en Felipe VI los deseos de los unos y los otros como si se tratara de una carta a los magos de oriente. Entre otras cosas porque tenía menos margen que Juan Carlos I en noviembre de 1975. Vamos que intervino menos Arias Navarro en aquel discurso que Rajoy en éste. Así lo establece la Constitución. Con todo, el nuevo rey acertó en muchos aspectos en el diagnóstico de la situación española al percibir la gravedad del paro y de la desafección de los ciudadanos con las instituciones, incluida la Corona.

Habló el Rey de los ciudadanos a los que «el rigor de la crisis económica ha golpeado duramente hasta verse heridos en su dignidad». Ese es el asunto principal. La profundidad y la duración del paro va más allá de la pobreza y la precariedad hasta dañar la «dignidad» de las personas, el primero de los derechos humanos. Y afecta a especialmente a cientos de miles de jóvenes, tanto a los más formados como a los que abandonaron los estudios para trabajar en la burbuja inmobiliaria. Jóvenes que, además, ven sufrir a los padres que se dejaron la vida por sus estudios cuando les peligra la pensión y el hospital. La segunda diana la realizó al constatar que su generación afronta el reto de transmitir el bienestar conseguido a las nuevas generaciones, cosa que ahora peligra.

La carpeta catalana

Esos mismos mimbres le hubieran servido al nuevo monarca para retratar el momento catalán. La dignidad herida por la anulación de un Estatut democrático a manos de un tribunal reunido en una plaza de toros y bloqueado a la espera de un conductor suicida está en la base de la desafección de muchos catalanes con el Estado, incluida la jefatura. Un desengaño que ha impedido a toda una generación -PujolRocaMaragall...-  transmitir con éxito la adhesión a ese régimen. Ahora le toca a él oír peticiones de auxilio como la que se vio en la cola del besamanos en la boca de la exdiputada Anna Balletbó que dicen quienes vieron la escena que le hizo sonreír al rogarle que ayude «a no tener que elegir entre dos pasaportes». Dignidad herida.