«No sé qué es el dolor. No lo he sentido nunca»

Joaquim Renom, vecino de Sant Andreu, tiene 90 años, nunca ha guardado cama y gana mundiales. ¿Cuál es el secreto?

«No sé qué es el dolor.  No lo he sentido nunca»_MEDIA_1

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NÚRIA NAVARRO

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Veamos algunas estadísticas. El 80% de los ancianos sufre una o varias enfermedades crónicas. El 90% toma una media de cuatro medicamentos al día. Su gasto farmacéutico a cuenta del sistema nacional de salud ronda los 300 millones de euros. Bien, pues no busquen en estos datos a Joaquim Renom (Barcelona, 1926). Es un prodigio de la naturaleza que compite y gana mundiales de pimpón para veteranos.

-No sé qué es el dolor. No lo he sentido nunca. Jamás he estado en cama.

-¿Es un extraterrestre? Mis hijas me dicen: «Papá, es que tú no eres normal». ¡Hasta yo me sorprendo! Cuando voy a la Puigvert para el chequeo, la doctora me ve y se ríe. Las analíticas salen impecables. Ella me pide que vaya a hablar a otros abuelos, pero cuando los veo con el bastón y la silla de ruedas no sé que explicarles.

-Alguna cosa les podrá decir. Quizá les diría que no se sienten delante de la tele. Hay que andar.

-No es ese su único secreto. Yo no he fumado (probé un cigarrillo a los 13 y tuve que tumbarme en el suelo). No he comido mucho. He tenido una vida sexual activa. Escucho lo que pide el cuerpo y se lo doy. Me meto en la cama a las nueve y cuarto -para no ver en la tele lo que ya he vivido- y duermo como un bebé. También me quito todos los problemas de encima. Si los puedo solucionar, los soluciono; si no, vivo.

-Quizá no ha tenido muchos problemas. -Sí los he tenido, sí. Vi cómo mataban a mi padre de un tiro en el 36, la víspera de mi décimo cumpleaños.

-¡Qué dice! Mi padre tenía una fábrica. Lo perdimos todo. Y siguieron los bombardeos. Mi madre, mi hermano y yo íbamos a dormir a la montaña hasta que ella decidió que, cuando sonara la sirena, nos metiéramos entre dos colchones. Todo aquello me endureció.

-Es muy comprensible. A los 13 me puse a trabajar, y a los 18 monté un taller de charol. Y cuando el charol pasó de moda, seguí con el curtido. Llegué a estirar 18.000 pieles al día para la Industria. Tuve 88 trabajadores, pero yo corría para que ellos me siguieran, no como esos amos que solo saben hacer trabajar. Era un oficio duro, pero a mayor dificultad, más acariciaba a mi mujer. Nunca le trasladé los problemas. Ella, que murió hace cuatro años, tenía mucha fe en mí.

-Y usted debía de ser guapo y fuerte, ¿eh? Era atlético. A los 18 años patinaba estupendamente, hice boxeo, natación, tres salidas en bici de 150 kilómetros cada semana.

-Guau. A los 70 años pedaleé de Barcelona a Puigcerdà junto a los jóvenes del Club Natació Sant Andreu. Y empecé a jugar a pimpón. A los 80 me federé, participé en muchos campeonatos y este año he ganado el mundial de veteranos. En España no hay nadie más de 90 con quien jugar.

-No se siente viejo. ¿Yo? Me cabreé cuando uno me dijo: «Oye, tendrías que ir pensando en la residencia». La cuestión no es el que más años tiene, sino el que le quedan menos años de vida. Y nadie sabe cuánto durará.

-Buen razonamiento. Yo no me cambiaría ni por mis hijas. Con eso está todo dicho. A los 88 años conduje de un tirón hasta Almería. Tengo memoria. Nunca me resfrío. Si he sentido malestar, me he metido bajo las mantas cuatro días y andando.

-¿La idea de la muerte nunca le ronda? No. Hay que vivir el presente. Yo solo aspiro a mantenerme.