Al contrataque
'Je suis Houellebecq'
Juzgar una fábula como si fuera un ensayo es ignorar que una obra de creación no puede leerse como si fuera un telediario
Ernest Folch
Editor y periodista
ERNEST FOLCH
En una coincidencia diabólica, la última novela de Michel Houellebecq, Sumisión, salió a la venta justo el mismo día de los atentados contra Charlie Hebdo. El mundo entero ha hecho un spoiler del argumento, que se ha reducido esquemáticamente en una Francia de nuestro futuro inmediato en la que gana las elecciones un partido islámico llamado Fraternidad Musulmana. El destino reservaba otras casualidades fúnebres: el número de Charlie Hebdo que salía aquel 7 de enero le dedicaba la portada precisamente a Houellebecq y para terminarlo de rematar, en la matanza terrorista falleció Bertrand Marim, uno de los mejores amigos del escritor. Es difícil imaginar un cruce de caminos tan siniestro entre la ficcion y la realidad, y estas coincidencias casi sobrenaturales explican por qué la promoción de Houellebecq se ha ido narrando en paralelo a la suerte de los terroristas. En medio de la crisis, no se sabe si para ajustar viejas cuentas, a Houellebecq le han llovido todo tipo de críticas descarnadas, incluido las del oportunista Manuel Valls que, por supuesto sin haber leído el libro, se apuntó al club que le quiere dar lecciones: «Francia no es Michel Houellebecq». En plena psicosis terrorista, parece mentira que haya quien todavía encontrara tiempo de ocuparse del escritor y acusarlo de todo tipo de sandeces, como de ser islamófobo o favorecer al Frente Nacional, dos mentiras que se desmontan con el simple ejercicio de leer su espléndida Sumisión, de la que todo el mundo habla y pocos han leído. Y es que Houellebecq no ha escrito ningún libro racista por la sencilla razón de que su novela inquietante y descarnada es una obra de ficción, y punto. Juzgar una fábula como si fuera un ensayo es ignorar que una obra de creación no puede leerse como si fuera un telediario.
Un espejo ante las narices
Discutir las ideas de una novela y aislarlas como si fueran una columna de opinión es deambular en un terreno sórdido que oscila entre la intolerancia y el analfabetismo: el lío empezó en el mismo momento en que Sumisión abandonó las secciones de cultura y pasó a las de actualidad, cruzándose fatalmente con el destino de los hermanos Kouachi. Si muchos de estos listos que atizan al escritor francés hubieran leído el libro se hubieran dado cuenta de que es mucho más que una simple parábola sobre una eventual victoria electoral del islamismo y que en realidad es un espejo puesto en las narices de todos nosotros. La patética paradoja es que el linchamiento analfabeto a Houellebecq sucede en los días en que medio mundo se llena la boca con cantos hipócritas a favor de la libertad de expresión. Antes de abandonar París hacia destino desconocido para huir de este ruido insoportable, Houellebecq concedió una entrevista en la que resume el credo de su obra: «Sin provocación no hay libertad». Je suis Houellebecq.
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