Los atentados de París

El islam como amenaza

Los sucesos de Francia hacen más necesario discutir los parámetros de la religión en un Estado laico

XAVIER CASALS

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Los atentados de París sitúan el fundamentalismo islámico en el centro del debate político, en un contexto de ascenso de la islamofobia y de debates permanentes sobre la presencia pública del islam. Los sucesos de Francia pueden radicalizar tales polémicas y dejar el monopolio de esta temática a una ultraderecha que hace bandera del combate a esta religión. Las raíces de la situación actual remiten al atentado de Al Qaeda en Nueva York en el 2001, pues entonces emergió el terrorismo yihadista y la extrema derecha empezó a asumir la denuncia del islam como un credo de conquista. Este sector ideológico halló un mito movilizador en el concepto Eurabia, que en el 2006 acuñó Gisèle Littman (con el seudónimo Bat Ye'Or) en un libro homónimo. Esta ensayista (que no es ideóloga de ultraderecha) sostiene que Europa se está convirtiendo en una extensión del universo árabe-musulmán, con arraigo de valores antisemitas y antioccidentales. Para el politólogo Jean-Yves Camus, estas tesis reemplazan la amenaza comunista de la guerra fría por la islámica, pues proyecta un enemigo externo e interior de Occidente y convierte a los musulmanes en un colectivo inasimilable.

Diversos episodios han facilitado la expansión de estos mensajes al proyectar el islam como una fe intolerante. Más allá de los asesinatos obra de fundamentalistas, como el del cineasta Theo van Gogh en el 2004 por su film Sumisión (criticando la condición de la mujer musulmana), algunos gobiernos árabes tratan de imponer la sharia o ley islámica a no musulmanes. Recordemos la fatua del ayatolá Ruhollah Jomeini contra Salman Rushdie en 1989 por Los versos satánicos y, sobre todo, la condena que en el 2005 varios países árabes efectuaron de las caricaturas de Mahoma publicadas por el diario danés Jyllands-Posten: sus embajadores protestaron y Dinamarca conoció boicots comerciales. Un columnista del rotativo, Ralf Pittelkow, planteó que el asunto fue una «acción de castigo» para «hacer cumplir una parte central del derecho musulmán en mitad de Europa».

A la vez, han surgido discusiones sobre la presencia pública del islam, especialmente sobre la indumentaria femenina. De ese modo, en 1994 ya emergió un debate en Francia en torno al velo que las estudiantes llevaban en las aulas, al que en los últimos años se ha añadido otro sobre el uso público del burka. También ha sido polémica la edificación de minaretes en Suiza, como testimonió un plebiscito celebrado en el 2009 y saldado con el 57,5% de votos favorables a su prohibición. En el 2012, Marine Le Pen quiso explotar como baza electoral la comida halal y afirmó que la mayor parte de carne consumida en la región de París se preparaba con el rito musulmán. Ante el revuelo causado, Nicolas Sarkozy replicó que solo era el 2,5% de unas 200.000 toneladas.

En el 2010, Thilo Sarrazin, importante exdirectivo del Bundesbank, levantó una gran polvareda con su obra Alemania se disuelve, donde arguyó que «los inmigrantes musulmanes se integran claramente peor que el resto de grupos» por razones «que aparentemente se encuentran en la cultura del islam». En este panorama, el semanario Der Spiegel Der Spiegelagitó más las aguas al advertir que en determinadas casuísticas (herencias y asuntos familiares) algunos juzgados germanos aplicaban la ley coránica, y al constatar que la Oficina de Extranjería concedió un visado de reunificación familiar a la segunda mujer de un iraquí, pese a ser ilegal la poligamia en Alemania.

Algunas de estas controversias visibles en Europa han surgido ya en España, como ilustran protestas ante la edificación de mezquitas, prohibiciones del uso del burka o la renuncia de familias musulmanas a becas de comedor por falta de menú halal. ¿Debemos orillar ahora el debate sobre estos temas guiados por la cautela? En absoluto: si no hay espacios de discusión para intercambiar puntos de vista y facilitar consensos, corremos el riesgo de dar paso a una escena dominada por discursos extremistas y antitéticos.

Nos referimos, por una parte, a la notoriedad que cobran los mensajes antimusulmanes. Lo plasman la relevancia alcanzada por recientes marchas islamófobas de la plataforma nacionalista Pegida en Alemania o la última novela de Michel HouellebecqSumisión, que imagina la Francia del 2022 presidida por un musulmán. Por otra, al fundamentalismo que quiere radicalizar a los musulmanes europeos para que rechacen adherirse a sus países de residencia en aras de crear una umma o comunidad universal de fieles. En este marco, los sucesos franceses hacen más necesario discutir los parámetros de la religión en un Estado laico. Evitar polémicas por prudencia no anulará tensiones ni desalentará a los que desean erigir apocalípticos escenarios de choques de civilizaciones.