LA CLAVE

No había plan b

Entre el fantasma de la unilateralidad y la amenaza al autogobierno, el independentismo tratará de evitar la tragedia prolongando la comedia

Puigdemont comparece, anoche rodeado por los miembros del Govern en el Palau de la Generalitat.

Puigdemont comparece, anoche rodeado por los miembros del Govern en el Palau de la Generalitat.

ENRIC HERNÀNDEZ

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Hora de hacer balance de beneficios y daños.

El independentismo se anotó tres tantos el 1-O. Primero, lograr que muchos catalanes metiesen papeletas en urnas, aunque fuera en precario y solo para darse el gusto. Segundo, imprimir en la memoria colectiva unas escenas de violencia policial que emponzoñarán los lazos con el conjunto de España. Y tercero, dignificar su causa ante la opinión pública  mundial, sobre todo gracias a la represión desmesurada. Hasta aquí los laureles.

Más extenso es el inventario de desperfectos. Primero, el unánime rechazo a los porrazos no basta para internacionalizar el conflicto, no en vano Europa es un club de estados que se protegen mutuamente. El mundo ya nos mira, pero sin mover ni un dedo para ayudarnos.

Segundo, el gol que el Gobierno español encajó el 1-O no ha alterado su táctica: presión en todo el campo, sin dar respiro al rival ni procurar escapatoria alguna al acorralado (y quebradizo) bloque soberanista. Solo la rendición.

Tercero, el arma de la calle, aunque vistosa, no obra milagros. Ocho grandes manifestaciones y dos simulacros de consulta solo han servido para solidificar al soberanismo. Sin hitos ni incentivos, la movilización tiende a extinguirse. 

Cuarto, la fractura de la convivencia alimenta los antagonismos. Este domingo la Catalunya del ‘no’ a la independencia, hasta ahora dispersa y silente, emerge en las calles como nuevo actor político. Se equivocará el independentismo si sigue menospreciándola.

FACTURA ADELANTADA

Quinto, el pasaje a Ítaca se paga por anticipado. La fuga de la banca y de otras empresas cotizadas empobrecerá al conjunto de los catalanes antes de haber rozado siquiera la quimera. 

Sexto, el unilateralismo ha exhibido sus carencias. Con el Estado cerrado en banda no hay referéndum que valga, aún menos “vinculante”. Si el 1-O a la brava naufragó, ¿cómo impondría el Parlament una nueva república?

Y séptimo, las fuerzas independentistas no tenían plan b; coincidían en la meta, poner urnas, no en qué hacer después. Y ahora, entre el fantasma de la unilateralidad y la amenaza al autogobierno, tratarán de evitar la tragedia prolongando la comedia.