I love Bach

JUAN CARLOS ORTEGA

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Me comprometí a escribir cada domingo un artículo inspirado en un suceso de actualidad. Al dedicar el de hoy a Johann Sebastian Bach, les podría parecer que falto a mi palabra, pero voy a intentar demostrarles que en realidad es la primera vez que la cumplo.

Miren, en el mundo hay muchas cosas. Nos asomamos a la ventana y vemos semáforos, coches, árboles, un trozo de cielo, personas caminando, papeleras y cientos de objetos con los que estamos más o menos familiarizados. Podríamos dividir lo que vemos en dos grupos: el conjunto de las cosas naturales y el de las artificiales. En el primero colocaríamos el cielo, los árboles, la luna, los lagos, los rayos del sol y las olas del mar. El segundo estaría integrado por los camiones, las señales de tráfico, los ordenadores, la ropa interior y las pinturas que llenan todos los museos. Se trata de una división radical entre lo que hemos creado nosotros y lo que ya estaba antes de que llegáramos.

Si yo les pregunto en cuál de los dos grupos pondríamos la obra musical de Bach, sin duda me dirían que en el de las creaciones artificiales. Después de todo, pensarán, esa música no estaba antes de que llegáramos y es el producto de un trabajo humano. Sin embargo, aunque esa argumentación es impecable, hay algo que no termina de cuadrarme, porque somos muchos los que inconscientemente sabemos que las melodías de Bach han estado siempre, incluso antes de Bach. Hay en ellas algo muy extraño que las hace gozar del mismo privilegio que tienen los lagos, los rayos del sol o las montañas. Muchos otros compositores han creado genialidades musicales, pero Bach creó de la nada árboles que no estaban.

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Sé que no es algo racional, pero la música de Bach hay que colocarla en el primer conjunto. Su música, toda, sin excepción, debemos situarla junto a las tormentas, los ríos, las montañas nevadas, los anillos de Saturno y las rocas gigantes del cinturón de asteroides. Ese es el lugar que le corresponde en la clasificación que hoy les he propuesto. Ningún otro artista ha logrado nada semejante. Solo él ha fabricado naturaleza nueva.

Les decía al principio que este artículo de hoy es el primero en el que cumplo la promesa que hice a este diario de escribir sobre temas de actualidad. Si usted se coloca unos auriculares y escucha cualquier composición de Bach, se dará cuenta inmediatamente de que ese hombre nacido hace tres siglos les está diciendo cosas que le atañen a usted, aquí y ahora, sobre todo ahora. Le comunica con notas musicales lo que pasa dentro de su cabeza en este preciso instante, lo que más afecta a su presente, eso que los periodistas antiguos llamaban «la más rabiosa actualidad». Y Bach es actual precisamente porque es eterno.

Créanme, Bárcenas será olvidado, y la Gürtel y Trump y la gestora del PSOE y las disputas entre Iglesias y Errejón. Todos esos asuntos tienen la actualidad efímera de la música de Justin Bieber. La de Bach, sin embargo, es una actualidad que nos va a durar siempre.