Dos miradas

Harina

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Me cuenta un voluntario que ha participado en el Gran Recapte que hay tres tipos de donantes. Las personas que llegan al supermercado con la idea de cargar el carro solo con productos para el Banc dels Aliments. Las personas que cargan la compra del fin de semana y que guardan un hueco para llenar una bolsa de plástico («que se rompe muy fácilmente», me recalca). Las personas que compran un envase de judías secas o un litro de leche y que lo llevan hacia la mesa de los voluntarios con absoluta discreción. «También hay otro grupo», me dice. «Los que se excusan diciendo que ya tienen suficiente trabajo en llenar su despensa -llenar es un eufemismo, una frase hecha- y que no están en condiciones de dar nada».

Me cuenta, mi amigo, que uno de los impactos más grandes que ha tenido es comprobar la gran cantidad de donaciones sencillas que ha contabilizado. «Mujeres de aspecto humilde, con pañuelos en la cabeza, con niños que las acompañan. Lo que dan es una tercera parte de lo que han comprado. Nada. Seguro que su vida es áspera y nada amable. Nada. Pero aquí hay toneladas de solidaridad, una voluntad explícita de compartir». Me dice también que el recapte es la evidencia del fracaso de las administraciones y que hacer depender la subsistencia de la caridad es lamentable, intolerable. «Pero desgraciadamente necesario. Mientras tanto, debes saber, querido amigo, que aquella mujer y su kilo de harina, salvan a la humanidad».

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