Gobernar sí era importante

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ENRIC HERNÀNDEZ

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Tan precipitada fue la alianza estival de Junts pel Sí que ni tiempo tuvieron CDC y ERC para ponerse de acuerdo sobre cómo gobernar Catalunya. Se conformaron con pactar un atajo hacia la independencia, la presidencia de Artur Mas y el cartel electoral. Raül Romeva reconoció en campaña que su candidatura carecía de programa de gobierno porque su propósito era superar «la lógica autonómica», y que «muchas cosas no se podrán hacer porque no habrá acuerdo en el Govern». Loable sinceridad la de Romeva, quien por contra restó importancia a quién presidiera la Generalitat: «Esto no va de nombres concretos.» En ese punto, el paso del tiempo no ha venido a darle la razón.

Un escalofrío recorre el espinazo convergente desde la noche del 27-S, cuando el escrutinio dejó el futuro del proceso, de Mas y del partido en manos de la CUP. No es probable que las condiciones de salida para el pacto fijadas por los 'cupaires' vayan a mitigar esa desazón.

Los dirigentes y cuadros de CDC, partido de las clases medias por antonomasía, no pueden concebir siquiera que Mas sea descabalgado de la Generalitat, y aún menos que se vea obligado a aplicar recetas económicas propias del ideario anticapitalista. «Somos el primer partido de Catalunya en alcaldes y concejales, y el 27-S aportamos al menos un millón de votos al 'Sí'. Nuestros votantes no nos perdonarían que dejásemos de ser lo que somos ni que entregásemos la cabeza del 'president'advierte un responsable convergente.

Para Junts per Sí gobernar el día a día no era importante durante la campaña 'plebiscitaria', una rémora pasajera en tanto la 'desconexión' con España no fuera efectiva, pero la endemoniada aritmética parlamentaria ha devuelto a Convergència a la «lógica autonómica». Con un hándicap añadido: la carencia de un programa sobre el que negociar y el abismo ideológico que la separa de Esquerra.

Diputados, y no votos

Los 62 escaños de Junts pel Sí son más que los 10 de la CUP, igual que los 156 de Aznar eran más, muchos más, que los 16 de Pujol, que aun así bien los hizo valer en Madrid. Cuando de gobernar se trata cuentan los diputados, no los votos.