Generación inmoral

ENRIC HERNÀNDEZ

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Opíparas comidas y bebidas alcohólicas. Hoteles de lujo y safaris en África. Bolsos de marca y objetos religiosos. Gastos de supermercado, gasolina y peajes. Copiosas retiradas de dinero en efectivo... ¡y hasta llamadas desde cabinas públicas! La lectura de los extractos de las tarjetas black de Caja Madrid, que venimos publicando desde el viernes en las ediciones digital e impresa de EL PERIÓDICO, provoca indignación, sonrojo, vergüenza ajena y hasta arcadas morales. ¿Cómo pudieron Miguel Blesa, Rodrigo Rato y el resto de la inefable tropa saquear la entidad financiera madrileña con tamaño descaro? ¿Cómo tuvo Rato los arrestos de seguir tirando de la tarjeta opaca al fisco cuando la caja ya estaba en quiebra y en puertas de ser rescatada a cargo del erario público? 

Cuesta imaginar que todo un exvicepresidente del Gobierno y exdirector gerente del Fondo Monetario Internacional (FMI) no sepa distinguir entre el bien y el mal, patología más propia de sociópatas que de aristócratas del capitalismo de casino. No, lo suyo es más estar por encima del bien y del mal.

Nadie conocía mejor que Rato el ruinoso estado en que se hallaba la entidad madrileña que presidía cuando, sin reparos ni remordimientos, seguía cargando sus caprichos privados al fondo de reptiles a tal fin habilitado. Solo cabe una explicación psicológica: la prepotencia y la sensación de impunidad de quien, por su estirpe, por sus contactos o por los secretos que calla, se siente a salvo del escrutinio público y, por ende, del reproche social. Si por un instante los directivos de Caja Madrid y Bankia hubieran sospechado que sus hurtos podían hacerse públicos, tal vez se habrían abstenido de cometerlos. 

Silencios y voluntades

Con la crisis, el cacareado milagro económico se desmorona como un castillo de naipes; falta circulante para comprar silencios y voluntades. Y lo que emerge es la crisis ética que corroía los pilares del sistema, que al destaparse desnuda las vergüenzas de ciertas élites políticas y financieras. Mejor no hacerse ilusiones: no habrá regeneración moral mientras la generación inmoral siga en el puente de mando.