La rueda

Franco decapitado

Últimamente hay un cierto independentismo que va a destajo a la hora de criticar a Ada Colau

JORDI PUNTÍ

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Puede que fuera solo el ventilador, pero el jueves me despertó el ruido de un helicóptero que sobrevolaba mi barrio. Mientras me desperezaba vislumbré una imagen: como en el inicio de 'La dolce vita', el helicóptero transportaba una estatua -ecuestre, de Franco, decapitada no ha mucho-- y la paseaba por todo Barcelona, bajando desde el Turó Park hacia la Rambla, donde los primeros turistas del día la saludaban.

Luego se acercaba al Born y depositaba la estatua en la plaza. Con el aire de las hélices, la bandera catalana ondeaba ufana desde el mástil de 17,14 metros. Fue un despertar felliniano, pues, muy acorde con la polémica que vivimos estos días. Twitter, el patio de colegio con más abusones por metro cuadrado, fue el escenario en el que un grupo de buena gente se indignó en público.

La causa es el anuncio de una exposición en el Born que durante unos meses dejará la estatua de Franco en la calle. Por lo que entendí de los tuits de Alfred Bosch y otros, no están en contra de la muestra, sino del hecho que exhiban al dictador en la calle, ya que es «ofensivo para las víctimas». Las explicaciones del ayuntamiento, contando que precisamente se trata de denunciar esa tiranía del espacio público --«contextualizar», lo llaman ellos-- solo han provocado más aspavientos. Y tampoco ha servido el comunicado de la Asociación Catalana de Ex-Presos Políticos, avisando que ellos no se van a ofender.

De un tiempo a esta parte hay un cierto independentismo que va a destajo cuando se trata de criticar las decisiones del ayuntamiento de Ada Colau. A veces llevan la razón y otras no, pero esta vez han resbalado por el pedregal simbólico. Los argumentos que se han repetido son ingenuos, viscerales y contradictorios. Y entre tanto los del PSC, Ciudadanos y el PP lo siguen desde la Cerdanya, el Empordà o allí donde veraneen. Acarician un gato siamés y sonríen. 'E la nave va', piensan.