Análisis
Esperanza Aguirre dimite... otra vez
La salida de la lideresa puede ser el cortafuegos que el PP necesita en Madrid, pero cualquier error puede hacer de ella un acelerante sin control
Antón Losada
Profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Santiago de Compostela
ANTÓN LOSADA
Y van tres, pero no descarten una cuarta; las que sea menester para volver por la puerta grande, como ella se merece. Ahora solo hará falta que alguien se lo pida, y seguramente está convencida de que lo hará alguno de los buenos patriotas liberales que tanto la veneran.
Según relata la propia Aguirre, se siente «engañada y traicionada» por su antaño fiel Ignacio González; casi las mismas palabras que utilizó su buen amigo Mariano Rajoy para describirnos sus frágiles sentimientos al destaparse las andanzas de Luis Bárcenas, justo después de pedirle que fuese fuerte. Dice Aguirre que dimite por no haber sido capaz de descubrir una trama que a jueces y policías les ha llevado años desmontar, por no haber sabido vigilar todo lo que debía a sus colaboradores y por haberles comprado sus coartadas baratas ante las primeras sospechas e informaciones; igual que Rajoy, solo que ella se siente responsable y el presidente del Gobierno no dimite mientras anda por Brasil disertando sobre buena gestión económica. Aguirre es como aquel escorpión del cuento que picaba a la rana aunque así ambos se ahogasen, no puede evitarlo; es su naturaleza.
Según Cristina Cifuentes, su mejor amiga de la muerte, Aguirre no había incumplido el código ético del PP, no estaba siendo investigada, ni había sido acusada; dimitir era cosa suya. El marianismo se ha cuidado mucho de no emitir una sola señal de presión. No querían otra Rita Barberá y son conscientes de los riesgos que entraña su salida. La corrupción es como el fuego, una vez desatada nadie sabe muy bien qué lógica mueve esas llamas. La dimisión de Aguirre puede ser el cortafuegos que necesitan para contener la quema en Madrid, pero cualquier error puede convertirla en un incontrolable acelerante.
RAJOY, SIN MÁS CORTAFUEGOS
Necesitan un corte limpio y sin rastros que lleguen hasta Génova. La doctrina Aguirre, según la cual un político debe asumir la responsabilidad por no vigilar a sus colaboradores y la lucha contra la corrupción demanda ir más allá de la acción de la justicia, puede acabar derivando en la doctrina Rajoy: tanto derecho tenemos hoy a exigirle a ella que asuma sus responsabilidades con dignidad, sin dilación y sin excusas, como a demandárselo mañana a Mariano Rajoy. Ahora ya no queda nadie en medio a quien quemar y usar como cortafuegos.
Cuando Cristina Cifuentes remitió su dosier sobre el Canal de Isabel II a la fiscalía, seguramente confiaba en que todo quedaría en delitos menores y un par de cabezas de turco, mientras ella se protegía frente a las denuncias y asestaba otro golpe a Aguirre en su pelea por el control del partido en Madrid. No ha pasado ni una semana desde la detención de Ignacio González y ya el ministro de Justicia y el fiscal general de Estado están bajo sospecha de refrenar la acción investigadora, un secretario de Estado de Interior engorda la nómina de miembros del Ejecutivo cazados reunidos con investigados y la lista del juez Velasco no deja de crecer. El cielo es el límite.
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