GEOMETRÍA VARIABLE

Entre el triunfo y el cuento chino

JOAN TAPIA

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Artur Mas sale fortalecido de la jornada de ayer. Ma non troppo. Prometió que el 9-N se podría votar con todas las garantías democráticas y no ha sucedido. Pero puede justificarse, no ha sido solo por su culpa y, al final, los catalanes sí han podido votar -pese a la prohibición de Madrid- en una seudoconsulta con pocas garantías (ausencia de censo y control de los voluntarios), pero que para muchos se trataba de un acto de afirmación nacional, y para otros -menos según los resultados- un ejercicio de participación democrática.

No ha habido garantías, pero que 2,3 millones de catalanes se manifiesten yendo a un centro de votación y mostrando el DNI es algo que tiene consecuencias. Indica que una parte importante y muy movilizada de la sociedad catalana está bastante a disgusto en las estructuras actuales del Estado español.

La Generalitat ha impulsado la votación con mucha propaganda y privilegiando a los independentistas en los medios públicos, sí. El Estado ha animado a participar, olvidando aquello de prohibido prohibir y pidiendo la suspensión del proceso participativo, también. Pero Artur Mas, bastante solo, ha conseguido llevarlo a cabo. Para muchos es un éxito. Y ha demostrado a los más radicales -que le acusaron de arrugarse cuando acató la sentencia del Tribunal Constitucional contra la consulta original- que sabe plantar cara. No podrán acusarle de que le tiemblan las piernas al primer envite.

Mas quizá recuperó ayer el liderazgo del soberanismo frente al líder de ERC, Oriol Junqueras. Y ganó también al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, porque responderle esgrimiendo solo la fiscalía, como hizo Madrid, o hablando de «pucherazo», no es una respuesta válida. Ante los que han votado con ilusión, incluso le refuerza.

Pero el triunfo tiene su contrapartida porque los números son tercos. 2,3 millones de votantes son muchos, pero representan el 37% de los catalanes que ayer podían hacerlo. Sí, un poco más que los 2,1 millones que obtuvieron los cuatro partidos consultistas (CiU, ERC, ICV y la CUP) en las elecciones autonómicas del 2012, pero un porcentaje menor porque el electorado potencial era el domingo (mayores de 16 años e inmigrantes con tarjeta de residencia) de 6,3 millones, frente a los 5,4 millones del censo electoral del 2012. Y el voto independentista se ha quedado en 1,8 millones (100.000 más que la suma de CiU, ERC, la CUP y Solidaritat Catalana per la Independència en las elecciones del 2012), pero un porcentaje menor por el aumento del electorado potencial. El 28% frente al 32,1%.

Cuando vemos los números, el triunfo se tiñe un poco de cuento chino. Según las encuestas, los catalanes que exigían la consulta eran mas del 60% y, en la práctica, han sido un 37%. Y la reciente encuesta del Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) concluía que los que tenían un sentimiento independentista ascendían al 49%. A la hora de llevar los sentimientos a la urna, se han quedado en el 28%. Un 28% de independentistas es importante. Hay que tenerlo en cuenta. Pero muy insuficiente para que pregonen que la nueva centralidad y la virtud política solo pasan por el independentismo de Mas o de Junqueras (y que lo patriótico es que hagan una lista única). Bueno, lo sucedido el domingo demuestra que los catalanes tienen horizontes más amplios.

Con estos resultados, el presidente de la Generalitat debe pensar sus siguientes pasos con la cabeza fría. Ya practicó la huida hacia adelante en el 2012 y llevamos dos años colmados de discursos y de pocos frutos. Más le valdría ahora hacer una pausa y repensar lo que le interesa a Catalunya, porque el país con el que sueñan muchos militantes no es el país real, sino solo una parte valiosa, activa y movilizada. Y eso sería más fácil si el Gobierno de Madrid pensara menos en la fiscalía, aceptara que Catalunya es diferente y estuviera dispuesto a sentarse a dialogar y negociar con la Generalitat.