Al contrataque

El pegamento del poder

ERNEST FOLCH

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La epifanía imposible de la política catalana es, sin duda, la ruptura siempre anunciada y jamás consumada entre Convergència y Unió. Esta unión que hoy parece extravagante fue durante años una pareja imbatible, que logró hitos electorales asombrosos. La federación que reina en Catalunya con una sola interrupción desde hace tres décadas es un extraño pero efectivo dos en uno, con crisis matrimoniales recurrentes, que se han agudizado desde el inicio del procés.  Llevamos ya dos años y medio de turbulencias teatralizadas, que aparecen casi como un ritual purificador, y que tienen siempre la misma forma de declaraciones amenazantes y grandes escenas de celos, eso sí, la mayoría off the record o por plumas amigas interpuestas. En la última votación del Congreso, en la que actuaron por separado, hay quien como siempre se aventuró, una vez más, a anunciar el advenimiento: ahora sí, se nos dijo, por fin ha llegado el momento de la verdad, sin reparar que llevamos más de 30 años de momentos de la verdad.

Lo que parecía definitivo se ha cerrado como siempre: este mismo martes el propio Duran hablaba de un malentendido, la misma fórmula que oímos desde hace décadas para cerrar la crisis de turno. Pasados unos días, este encontronazo adquirirá categoría de espejismo y con el calmante del tiempo ya habrá quien diga que fue otra invención de la prensa. A toro pasado, los especialistas aseguran que la paz ha sido posible gracias a las municipales, a la próxima nos dirán que gracias a las generales, después gracias a las plebiscitarias, y así sucesivamente. En realidad, esa es la cuestión: a falta de ideología definida, lo que une ambas formaciones es el pegamento del poder o, mejor dicho, el miedo a perderlo.

La gran paradoja

En medio de la última refriega ha habido una novedad sorprendente: Duran no estaba solo sino que salieron en tromba a defenderle sus consejeros, para desmentir la creencia que Duran y Unió son hoy cosas diferentes. El nuevo Duran que ya no vive sino que sobrevive salva otro match ball y lo hace más arropado que nunca. Qué más da que unos digan independencia y los otros federalismo, que unos digan plebiscitarias y los otros autonómicas, una vez más todo el mundo vuelve a su redil.

Lo curioso es que los mismos que culpaban a ERC de dinamitar el procés con sus diferencias con Mas, ahora no parecen escandalizarse ante estas flagrantes contradicciones internas. El drama es que la buena salud de Convergència y Unió es un síntoma de la mala salud del procés, y viceversa: dime cómo está el matrimonio y le diré a cuánto estamos de la meta. La gran paradoja es que CiU es hoy a la vez impulsor y bloqueador del proceso, su acelerador y su freno de mano. Pese a la retórica antipartidista post 9-N, gana de momento el partidismo, y por goleada.